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sábado, 15 de febrero de 2020

Frente a los vacíos normativos y la “malicia indígena” interpretativa de algunos estudiosos de la justicia, surgen diferentes aristas frente a los contextos que adornan diariamente la idiosincrasia nacional y las posturas creativas al son de lo que patalee el ídolo de turno que cada radical tenga impreso en sus convicciones, muchas veces “negociadas” íntimamente frente a la oportunidad voraz de atacar sin norte a quien represente lo opuesto.

Ya no es extraño encontrar posturas que una misma persona antes atacaba despiadadamente, y que hoy defiende. El caso de los trinos reciclados de la mayoría de los funcionarios de este gobierno que risiblemente hace un par de años se oponían a los mismos sucesos que hoy protegen. O las apologías de un lado o de otro para no enfrentar con responsabilidad los excesos propios. “… es que aquel también lo hizo”; “…es que es la herencia que nos dejaron”; en conclusión, un “fueque que fueque” interminable de justificaciones innecesarias que lastimosamente compramos los ciudadanos y casi que despedazamos familias enteras por los radicalismos no solo de ídolos, sino de posturas ideológicas igual de cambiantes.

Esa falta de coherencia nos está llevando a perder cada causa por falta de sustento. Ya la causa misma no es la defendible, sino quién la promueva. Estamos sobresaturando a la justicia con solicitudes que reversamos, dependiendo del trino del ídolo o de la condición hipersensible de quién lo fomente. Se nos está olvidando lo fundamental; la doble moral nos está llevando a cometer excesos impensados en donde hay vacíos morales, jurídicos, de sentido común y hasta de carencia de humor en algunos casos.

Estamos perdiendo la capacidad de cuestionar, exigir y ser categóricos con fundamentos a la hora de izar alguna causa o alguna bandera. Estamos pasando líneas imaginarias escampándonos en factores convenientes y momentáneos que incluso enloquecen a la justicia y la hacen olvidar de dónde debe estar parada.

No más ayer dábamos un debate sobre la justificación de un aborto de un niño a los siete meses de gestación. ¡A los siete meses! Leyó bien. Por supuesto que hay que reconocer, promulgar, hacer valer y estudiar las libertades individuales que llevan a asumir esa decisión tardía e interpretativa con respecto a las tres causales legales contempladas en la Constitución, pero ¿acaso nuestra Constitución ya no cobija los derechos fundamentales y prioritarios de los niños? (porque al séptimo mes, ya estamos hablando de un niño). Es decir, si lo hubiese alcanzado a “tener” por medio de un parto, el día anterior al que lo matara, ¿ahí sí habría entrado nuestra Ley a defenderlo?; si la madre a los dos años de nacido, percibe que tiene alguna malformación, simplemente y desde ahora, ¿lo puede matar con alguna interpretación legal “pertinente”?

Esa falta de juicio, mesura y coherencia, son las que hacen que cada tema vaya tomando un tufillo excesivo, permisivo y sin límites, de los cuales es muy fregado salir por la hipersensibilidad frente a las causas. A veces, la defensa por defensa visceral en sí, amparada única y exclusivamente en la interpretación general, desconoce realidades de a puño como el derecho a la defensa de los otros; algo tan parecido como el ataque o defensa vehemente de la opinión en bloque, sobre el caso del médico y la historia de sus tres asaltantes.

Así hay infinidad de luchas y causas. El muy necesario animalismo, por ejemplo, carente de normativas, vigilancia, castigos y protección reales y fuertes, no puede caer en la caricaturización entre letra y letra, e interpretaciones desmedidas, en la búsqueda desesperada por tener un like en una red social, creyéndonos y vistiéndonos como dálmata para sobrecargar la carga jurídica de un pedido lícito.
¿A dónde irá a parar esto? ¿En 15 años marcharemos porque necesitamos legalizar el matrimonio con el dálmata?