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viernes, 9 de febrero de 2018

Hace más de 52 años Colombia sufre las inclemencias y los excesos despiadados de la guerra. Atrocidades incontables y dolorosas que la delincuencia y los grupos armados han propiciado históricamente contra la sociedad civil, los niños, las mujeres, la institucionalidad, el medio ambiente y en general nuestra seguridad; ya se sentían casi a la par en las más recónditas zonas, como en las grandes ciudades.

Noticias desgarradoras, historias macabras, intolerancia, violencia desmedida y en conclusión, un ambiente de miedo, ha sido la constante de quienes hemos nacido bajo el suelo de los que algunos catalogan risiblemente como el segundo país más feliz del mundo. Hoy, las coyunturas y la valiosa terquedad de quienes se han dado la pela por intentar algo de paz, con los cuestionamientos válidos que esto conlleve; han dado pasos gigantes a favor de un futuro sin esos excesos, y de una u otra forma, nos han permitido a los colombianos rechazar de pleno esos atropellos ya no por medio de las armas, sino en democracia, como deber ser.

Recuerdo la multitudinaria marcha de la sociedad civil en todo el país y en varias partes del mundo que suplicábamos ¡No más Farc!; recuerdo en su momento al Presidente Uribe en 2006 hablando de la posibilidad de remover obstáculos en pro de eventuales acuerdos para que representantes de esa insurgencia fueran al Congreso; recuerdo la esperanza que brindaban esas marchas y la motivación que se percibía, porque todos estábamos sin polarizaciones, pidiendo que cesara el terror al que estábamos sometidos.

Hoy, ese clamor que promovíamos por esos días en esas soleadas marchas con camiseta blanca y una orgullosa bandera de Colombia, parecen haberse escuchado y luego de muchos reparos, consideraciones y críticas, la realidad nos muestra que por lo menos uno de esos actores oscuros, asumió la opción de medirse frente a nuestra democracia y nuestras ideas.

Qué necesario recordar cuando sin odios entre los que estábamos de este lado en las ciudades, pedíamos a gritos no disparar un arma más; qué necesario que entendamos que merecemos ideas y no violencia; qué importante demostrarles como sociedad a quienes aspiran gobernarnos que queremos oír sus programas y visiones, y no sus descalificativos permanentes llenos de estigmatizaciones entre extremos; qué coyuntural, y hoy más que nunca, poder ser coherentes con el llamado que hemos pedido en torno a la paz, claramente sin negociar nuestras ideas y principios.

¡No podemos estar trayendo al Papa Francisco cada ocho días para recordarnos la conciencia pacifista que tuvimos por esos días! Claro que podemos demostrar nuestro total inconformismo frente a las ideas que no compartamos, claro que tenemos que ser consecuentes con lo que pensamos y consideramos que es mejor para Colombia, y claro que tenemos que repudiar nuestra historia de violencia y exigir como sociedad que cesen las muertes de nuestros inocentes, pero a nuestra manera, desde el civismo, desde la inteligencia y desde lo que merecemos.

Hoy sin miedo podemos decirles a quienes nos hicieron daño que no los queremos, que no olvidamos 52 años de excesos y despropósitos, y que cada vida que nos arrebataron latirá por siempre en el corazón de Colombia. La guerra empieza a terminar, bienvenidos a la democracia, en paz, sin armas y sin que nos maten; a sus ideas y formas nos opondremos.

La paz con sus objeciones, sin lugar a dudas es el mejor escenario en democracia y sin balas, para encontrar un camino decente y merecido para Colombia. “Cada loro en su estaca”, sin negociar principios ni ideologías, pero sin alimentar nuevos odios que nos roben la posibilidad de una paz verdadera. ¿Para qué victimizar y darle titulares de prensa a nuestros victimarios? Opongámonos con inteligencia y coherencia. Podemos y debemos ser mejores que ellos.