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sábado, 8 de mayo de 2021

Pongamos las cartas sobre la mesa: por supuesto que la razón no era la reforma tributaria (retirada y, sin embargo, como si nada); y aunque válidos los demás puntos que ¡por ahora! ha planteado el comité del paro, tampoco son el propósito final de esta acción política cuyo propósito es imponer, finalmente, la dictadura de extrema izquierda que desde hace tanto tiempo vienen persiguiendo desde Cuba y Venezuela a través de sus títeres y esbirros en Colombia. El sueño dorado de los destructores de bienes públicos como los que por estos días han podido dar rienda suelta a todo su odio, a su sórdido espíritu de lucha de clases, a eso que la izquierda llama por estos días “la hora de la ira”, que no es otra cosa que imponernos su ideario.

Pero, ¿cómo ejecutan este proceso los que están a la sombra, sin generar el rechazo de los tantos millones de personas que no comulgan con tanta salvajada ni con tan oscuro propósito final? Bueno, la izquierda tiene una táctica muy sencilla: escalar el conflicto. Se inicia con un punto sensible a la opinión pública (la reforma tributaria, por ejemplo), y no interesa si es atendido por el Gobierno, enseguida aparecen más y más ítems de interés para aglutinar más adeptos: taxistas, transportistas, educadores, indígenas -naturalmente- y siga sumando. A todos se les promete, pero la promesa oscura es la del “cambio”.

A ello, siguen otras acciones desestabilizadoras, por ejemplo, los transportistas bloquean las vías de entrada a las ciudades y se empieza a sentir el desabastecimiento en general. La idea de sumar exigencias de todo tipo les permite “secuestrar” tanto a los medios de comunicación como al Gobierno, el cual debe dedicar todo su esfuerzo en atender la situación generada por los activistas, agotándolo ante la población y centrando en él la responsabilidad de todo cuanto ocurra, al margen de cuánto ceda; cualquier iniciativa gubernamental diferente de las exigencias de los instigadores, será pasada por alto por los medios de comunicación. También la población en general queda “secuestrada” y silenciada (a pesar de ser la mayoría en este lío,) puesto que todos aquellos que no comparten ni participan de la conjura, ante el arrasador clima de violencia, intimidación y amenaza, y la orgía de destrucción como la que estamos viviendo, no les queda otra opción que guardar silencio y velar por su seguridad y sus vidas.

Todo apunta a generar un estado de zozobra, ansiedad y caos que -debidamente manipulado por las redes sociales de esa extrema izquierda- hace aparecer al Gobierno como el responsable de ese lamentable estado de cosas. Se necesita entonces “un cambio” y empieza a aparecer el perfil del instigador.

Por ende, no interesa qué tanto ceda el Gobierno, ni el espíritu de diálogo y comprensión que despliegue, pues cualquier gesto en este sentido no solo será apreciado como signo de debilidad que aprovecharán para hacerse más violentos, sino que en nada cambia el proyecto que tienen en mente.

No digo que no deba dialogarse y hacer concesiones, pero sin perder de vista la pretensión real que anima a los impulsores del paro: exigir la renuncia del presidente, la conformación de una asamblea constituyente que dé forma a un “nuevo país” (idéntico al vecino, por supuesto) y, en el interregno, un gobierno de transición que, naturalmente, abre totalmente la puerta a los esbirros que gestaron todo. Después de eso ya no hay reversa, ese será el fin del paro...y de la democracia.