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jueves, 17 de diciembre de 2020

Recientemente afirmaba la OIT en uno de sus documentos respecto del futuro del trabajo lo siguiente: “…varios estudios proyectan un futuro desalentador para el empleo como resultado de las nuevas formas de automatización. Estas pesimistas previsiones se basan en la premisa de que la revolución digital tiene mucho más impacto en el mundo del trabajo y de que crea una competencia entre humanos y máquinas, no solamente en términos de trabajo físico, sino también de trabajo cognitivo, que hasta ahora se consideraba dominio exclusivo de los seres humanos debido a sus capacidades cognitivas únicas”, afirmación que nos permite pensar que quizás no nos hemos detenido a explorar con cierto detalle el nivel de avance de la Inteligencia Artificial (IA), de modo que tengamos más y mejores elementos de juicio para tratar de entender qué nos espera de un futuro que cada día se conjuga más en presente.

La primera reflexión es que se trata de un asunto respecto del cual los interesados somos todos, no solamente los trabajadores manuales como erróneamente podría pensarse; estamos ante un fenómeno que atañe a todos los involucrados en el proceso de creación de riqueza: trabajadores, inversionistas, gobiernos e incluso los mismos empresarios. Es una pregunta que necesariamente debe ser conjugada en primera persona del plural, y cuyas respuestas deben tener como punto de partida la comprensión de lo que significa la IA, antes de echar mano de los discursos filosóficos que han alentado la legislación laboral.

En efecto, para formular las preguntas acertadas deberíamos –abogados, legisladores y público en general- conocer un poco más lo que significan diferentes conceptos relacionados con la IA, tales como Machine Learning o Deep Learning puesto que solamente en tanto conozcamos más en detalle la trastienda, podremos dimensionar el alcance que pueden tener estas nociones en relación con el rol que desempeñaremos las personas en los procesos de creación de riqueza ante la irrupción y avances de la IA; sin esa claridad previa todo lo demás no son más que especulaciones animadas tal vez por las mejores intensiones pero carenes de asertividad y sentido.

Para no salirnos del ámbito del derecho que nos corresponde, situemos el asunto con un ejemplo de la vida real. Go es un antiguo juego oriental que data de hace 3000 años aproximadamente, tiempo durante el cual el ser humano desarrolló alrededor de 19 millones de jugadas. Hace un tiempo alguien desarrolló AlphaGo, un algoritmo que fue programado con los 19 millones de jugadas, respecto de las cuales podía hacer variaciones. Al enfrentarlo a un ser humano el resultado fue una estruendosa derrota para el entonces campeón mundial de Go. Poco después desarrollaron AphaGoZero, un algoritmo diseñado para aprender por sí mismo al que se le enseñaron las reglas y principios del juego sin programarlo con los 19 millones de jugadas. El combate tuvo lugar no entre un humano y este algoritmo, cosa que habría sido estúpida, sino entre AlphaGo y ésta nueva generación de IA. El resultado fue contundente: AlphaGoZero ganó 100 partidos, AphaGo, ninguno. Da escalofríos saber que para conseguirlo, a AplhaGoZero le bastaron alrededor de 40 horas de juego consigo misma para identificar los 19 millones de jugadas que nosotros tardamos 3.000 años en desarrollar. Además, cada vez que sostenía una partida con su contricante, AlphaGoZero aprendía más y más.