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martes, 25 de agosto de 2020

A manera de introducción me remito a las palabras de Andrés Otero Leongomez en su reciente columna “Todos somos uribistas”.

Lo que estamos viendo no es otra cosa que el camino que la izquierda maduro-castrista está labrando para implantar en Colombia una dictadura como la vivida en Venezuela, una narrativa de odio –lucha de clases- (aunque no se utilice esta expresión que evoca oscurísimas épocas de la historia), inspirada por los asesinos narcoterroristas de guerrillas como las Farc, que trata de construir en el imaginario popular la idea tanto tiempo acariciada por la izquierda de afirmar que Colombia es una estado fallido, una sociedad hundida desde siempre en el estiércol de sus próceres y líderes políticos; oprimida por el asqueroso capitalismo y con una historia de la cual no hay absolutamente nada para rescatar y a la que solamente la sacará del fango la sabiduría, honestidad, credibilidad, seriedad y buen tino de una izquierda libre de todo vicio, impoluta, inmaculada. Izquierda detrás –y al frente- de la cual están, sin embargo, unos sujetos que todos conocemos. Entendemos que es necesario describir muy por lo bajo el país, como para que la gente sienta confianza en poner en manos de ellos el futuro de la nación.

Esa narrativa necesita derruir, destruir, enfangar a más no poder la imagen de aquel que tuvo el coraje de plantarles cara, de confrontar su proyecto político: eso es imperdonable. Y es imperdonable no solo porque la izquierda no perdona ni olvida (a pesar del proceso de paz), sino porque necesitan conseguir que su narrativa llene las mentes de los colombianos y Uribe encarna a los millones de colombianos que no comen la narrativa izquierdista. Ahora bien, observen el detalle: la narrativa dice que Uribe se siente por encima de la ley.

Lo que estamos viendo con la situación ante la Corte –no me atrevo a llamarla suprema, disculpen ustedes- evidencia la falacia de la narrativa izquierdista. Y respecto del elemento principal del discurso: Uribe es un asesino, paraco y corrupto, si fuera así, ¿esa Corte –sí, la misma institución del escándalo del cartel de la toga- no lo tendría juzgado y condenado por tales delitos hace mucho tiempo?. Hay que mirar un poco bajo la apariencia para encontrar la falsedad de la narrativa montada suciamente por la izquierda. Reflexionemos sobre algo más: no hay fake news tratándose de Uribe: todo cuanto se pregone de él desde esa narrativa se da por cierto.

Para los seguidores de la narrativa no existe la presunción de inocencia. Tan fundamentalista es su posición que ni siquiera se le presume culpable (algo ya suficientemente inquisitorial), pues basta la aseveración formulada desde cualquier oscuro rincón para ser condenado. Tratándose de la izquierda no existe el debido proceso, pero, bueno, no olvidemos que la izquierda evita reconocer y otorgar justo lo que ella demanda. Y el odio se extiende a todo lo que suene a centro derecha: fundamentalistas aunque exigen total tolerancia respecto de ellos.

Alguien puso nombre a esta sucia forma de hacer las cosas: le llamó “todas las formas de lucha”.

El problema de fondo es la ingenuidad de quienes creen esa narrativa sin detenerse a pensar en el trasfondo de la misma y, sobre todo, en sus consecuencias para todo el país, más allá de Uribe.

PS: ojalá Maduro cumpla la promesa de aplicarse, cuanto antes, la vacuna rusa contra el Covid-19, y le sigan otros personajes del mundo.