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martes, 3 de marzo de 2020

Resulta al menos paradigmático que quienes hoy posan de progresistas sean los primeros en volvernos a la Edad Media, acaso sus ansias por imponer su particular opinión les permite que sus cerebros olviden que no en vano han transcurrido tantos siglos desde la abolición de la tortura, los procedimientos secretos, las mazmorras donde iba a pudrirse cualquier encausado.

Hoy movidos por el océano infinito de las redes sociales y los mass-media, vuelven a surgir esas pesadillas humanas y lo que es peor, alientan dichas posturas por el afán justiciero de algunos que se catalogaron así mismos como defensores de los Derechos Humanos, pero que en el fondo realmente son verdaderos adalides de las páginas más oscuras de las historia humana y, sumado a lo anterior, no les bastas con afectar la presunción de inocencia y la dignidad de las personas, sino que también cogieron de caballito de batalla al abogado defensor.

Estos personajes habitan en el siglo XXI, pero tienen la mente puesta en las ordalías y en los autos de fe del medioevo, su apetito por crucificar a los demás y pontificarse ni Torquemada lo tuvo. Quieren sangre en cualquier lugar y quieren para ellos la infamia del espectáculo público. Gozan de humanistas y son solo inquisidores crueles del abogado quien es el que auxilia al acusado y acude en su voz de ayuda, se les hace dificilísimo entender que hoy el mundo no está para quemas de brujas.

A los abogados se nos está cobrando hasta la risa, no podemos enfermarnos, no se nos puede morir un familiar, no podemos asistir al grado de un hijo, no podemos tener dos audiencias al mismo tiempo y se nos acusa constantemente de dilatadores, porque lo que quieren es volver a procesos sumarios y veloces, con sentencias previamente definidas y que sean del gusto de la galería.

Últimamente hemos visto una cadena de acontecimientos que nos hacen pensar que lo que quieren es eliminar la figura del abogado defensor, ponernos como simples estatuas de piedra y esperar que sobre nuestros clientes caiga toda su sed de venganza. Para estos ilustres comunicadores Beccaria, Bentham y Voltaire son hombres a los que se refieren cuando les conviene y solo para sus amigos, porque cuando el contrario es el emproblemado solo quieren sangre, buscan show a costillas de la libertad de los hombres.

Se nos culpa de que los procesos no avanzan en Colombia, pero no miran hacia los niveles tan altos de pauperización de la administración de justicia que sigue trabajando con las uñas, con presupuestos no adecuados por parte del gobierno sin tocar siquiera la tecnología y anclados en el pasado. Se volvió costumbre achacarle al abogado incluso los actos de su cliente. A los abogados como a los toros en las plazas, se nos ponen banderillas y picas para acobardarnos y lograr reducirnos a convidados de piedra.

He estado en tantísimas audiencias, donde jueces y fiscales aplazan por doquier e incluso dejan esperando por horas a los sujetos e intervinientes por que debían hacer diligencias personales. Pacientes y compresivos los abogados siempre esperamos, pero si es el abogado el que llega a enfermarse o que tuvo un percance debe alistarse para la compulsa de copias al Consejo Superior y el correspondiente insulto judicial.

Ahora bien, los adalides del progresismo quieren que las personas permanezcan privadas de la libertad y sin una sentencia en todo el tiempo que corresponda sean años o décadas. Es imposible para un humanista sostener las medidas de aseguramiento ad eternum, quien piense así ama la mazmorra y la tortura. El vencimiento de términos es heredero del odio por la mazmorra y es el resultado de un combate leal entre la administración de justicia y la defensa, pues el individuo debe soportar la administración de justicia y todo su poder, pero no para siempre.

Al final ¿Qué es lo que quieren? y pregunto, pues ¿qué se acaben los abogados y vuelva la mazmorra?