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viernes, 29 de mayo de 2020

En medio de la nueva forma de comunicarse con los seres queridos, charlaba con mi padre sobre la pandemia y la crisis económica que apenas inicia. Él, con la seguridad de los años, me explicaba que nunca, en sus décadas vividas, había presenciado un contexto tan difícil y que retaba tanto la naturaleza humana. Sabio me dijo que la vida no es la mera existencia biológica.

Vivir se compone de respiros, sonrisas, abrazos y anhelos. La esencia de la existencia está en sentir a la familia, en compartir con amigos y en ejercer con pasión la profesión. Este oficio, el derecho, es una convicción y vocación que se materializa en la impartición de justicia. Los sueños se ven matizados por la realidad, con ese rompimiento brusco del romanticismo a un expresionismo judicial que no se ahorra nada en la capacidad de asombro.

La pandemia se ha encargado de desnudar por completo las falencias estructurales de nuestro sistema judicial. El covid corrió el telón de una función que lleva una eternidad preparándose pero que lastimosamente nunca ha colmado las expectativas. Desde la dirección hasta los actores, en todos los factores han existido errores y, sumado a un problema de presupuesto importante, el público ha perdido progresivamente las esperanzas románticas para ajustarse a la realidad del detalle.

Parece increíble escribir que en pleno siglo XXI donde las gestas tecnológicas actuales apuntan a vehículos autónomos, inteligencia artificial, edificios automatizados e identificación biométrica, nuestra justicia siga dependiendo de: la presencia física en los juzgados para hacer las audiencias, el papel para registrar todo lo que sucede en los procesos, espacios físicos en malas condiciones e identificaciones entregando la tarjeta profesional y la cédula.
Qué bueno la desnudez si esta servirá para arropar de linajes dignos de la majestuosidad que debe representar la justicia.

¿Por qué no soñar con volver la virtualidad la regla general y que, por ejemplo, se evacuen por esta vía imputaciones, acusaciones, preparatorias y lecturas de fallo? En esta misma vía todas las audiencias preliminares, conciliaciones, entrevistas e interrogatorios. La rama no debe gastarse millones de dólares desarrollando una plataforma propia ya que existen innumerables empresas que pueden prestar este servicio.

¿Por qué no pensar en tener la posibilidad de digitalizar los expedientes? ¿Por qué no exigir que cada despacho pueda tener un escáner para realizar esta gesta titánica?

¿Por qué no se revolucionan las notificaciones teniendo hoy la posibilidad de confirmar la recepción de correos electrónicos? ¿Por qué vivimos encerrados en una realidad judicial propia de hace medio siglo teniendo los elementos sencillos que nos pueden traer a la actualidad?

¿Por qué no reservamos y cuidamos aquellos espacios que ya existen para audiencias que, dada su naturaleza, solo pueden realizarse presencialmente, como por ejemplo, el juicio oral, ya que la dinámica misma del interrogatorio cruzado requiere el contacto sensorial con el testigo?

Hoy la Rama Judicial se encuentra en una disyuntiva con un potencial de cambio gigantesco. Estamos ante un hito que nos permitirá hacer micro reformas judiciales que realmente impacten donde deberían, el ciudadano y la expectativa de justicia.

No me tilden de romántico, ya que si la voz se alza para mejorar una vocación, el cansancio y el sacrificio amparan la esperanza.