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miércoles, 9 de octubre de 2019

Los últimos días han sido traumáticos para la justicia. Solo puedo calificar como avergonzante los hechos ocurridos desde la fuga de Aída Merlano hasta la judicialización de su hija y su odontólogo.

La fuga. Las cárceles, tristemente, son la negación absoluta, de los presupuestos mínimos de la dignidad humana. Las condiciones de salud, salubridad, alimentación, privacidad, higiene y en general, lugares idóneos para garantizar aquella olvidada obligación constitucional, la resocialización, son insuficientes.

Con un hacinamiento que hoy supera 50% de la capacidad carcelaria, se genera un caldo de cultivo de corrupción, donde solo vale el recluso que tenga dinero, ya que hasta el concreto del pasillo tiene precio para poner una colchoneta, imagínense lo que costaba tener una celda privada como la de Aída. De ahí en adelante todo vale, en la ausencia del Estado, se instauró una plutocracia corrupta, donde en casos como este, primó un diseño de sonrisa, a casos de enfermos de cáncer que se quedan esperando los traslados. Primera gran vergüenza.

De otro lado hay que resaltar que Aída (madre) fue vencida en juicio y para la justicia, es una persona que debe pagar una condena legalmente impuesta. Desde ese punto de vista es claro que al fugarse cometió el delito de fuga de presos (que en el derecho penal alemán no existe porque consideran que es propio de la naturaleza humana buscar la libertad). Esta fuga es la segunda gran vergüenza ya que el Inpec días antes había reducido el nivel de vigilancia de la reclusa y los custodios, en más de cuatro horas de procedimiento, nunca vigilaron a Aída.

La tercera vergüenza es el atropello de la Fiscalía en un afán virulento de legitimidad y resultados, en contra de Aída (hija), el odontólogo Celis y el hijo menor de la ex senadora. Un día después del escape, en un operativo conjunto la policía y la fiscalía, capturaron en Barranquilla a Aída hija, la trasladaron en un avión hasta Bogotá y la presentaron con Celis ante un juez de control de garantías. Entre tantos exabruptos causa impresión, que, para privarlos de la libertad, el fiscal a cargo tuvo como referencia películas y series de televisión sobre las cuales justificó la necesidad de la medida de aseguramiento. Genera una profunda desazón que la libertad esté sujeta a una sustentación indebida, desafortunada y para nada técnica de los presupuestos que deben guiar la argumentación de la procedencia, racionalidad, necesidad y proporcionalidad de la medida de aseguramiento. Olvida el fiscal que la responsabilidad penal es personal; que los hijos no están llamados a responder por los actos de sus padres porque en el derecho penal la responsabilidad objetiva está proscrita; el delito de uso de menores de edad para la comisión de delitos es absolutamente atípico en estos hechos; que la necesidad de una medida de aseguramiento se prueba, y no, no es suficiente las películas o la alarma social que pueda generar la fuga de un tercero ajeno a los procesados.

Vergonzoso es aumentar adrede imputaciones para que procedan las medidas de aseguramiento, decepcionante es que desplieguen operativos para capturas cuando la privación de la libertad es excepcional y el ente acusador convirtió en común denominador buscar que los ciudadanos se defiendan privados de su libertad.

Dejen el afán de la estadística y de legitimidad social, eso solo se transforma en violación de derechos, esos mismos que durante años aprendieron en sus carreras. ¿Será que hay que volver a clase?