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lunes, 19 de julio de 2021

En la universidad, suele pasarnos por la cabeza una pregunta que, a medida que los semestres avanzan, produce un eco mayor. Ella, aunque difícil de resumir porque las expresiones sobre las cuales se presenta varían entre estudiantes, podría darse de la siguiente manera: “¿qué hace el profesional en derecho en su diario vivir?

Aproximaciones van, concepciones vienen. Las prácticas universitarias suelen ser un buen punto de partida, así como también los semilleros de investigación. En resumidas cuentas, hay espacios que permiten pincelar, de manera sutil pero importante, el quehacer diario del profesional en derecho.

Ahora bien, no sería errado mencionar que la respuesta al interrogante previamente planteado varía en su concepción de profesional en profesional. Y eso debe ser así. Entender el derecho como un “único” parte de una premisa imprecisa: el derecho no puede ser lineal. Es cambiante y debe acomodarse al quehacer diario de la sociedad y de las personas.

Aunado a lo anterior, y sin pretender constituir verdad revelada, me gustaría utilizar este espacio para dar tres pequeños consejos para aquellos estudiantes que están cursando sus estudios de pregrado y que me han hecho entender, después del grado, que estamos ante una profesión maravillosa, llena de restos y de experiencias por y para vivir.

1. Aprovechar las oportunidades que las universidades ofrecen: las prácticas, los intercambios, las charlas con las firmas de abogados y, por supuesto, las clases.

Recientemente, además, hay incentivos para, refiriéndome a las primeras en comento, aprovecharlas al máximo. La Ley 2043 de 2020 reconoce las prácticas académicas como experiencia profesional o laboral. Y ello, en un mundo postpandemia, es un acierto importante para que la juventud pueda tener mayores oportunidades en el mercado laboral.

2. Sentirse libre de preguntar: preguntar qué hace el abogado en el día a día. A aquel profesional que se dedica al litigio; pero, también, a aquel que asesora empresas o trabaja en sus diferentes áreas. También, a aquellos que investigan y publican y para los que, aparentemente, aun siendo abogados, no lo ejercen. Creo que, al final, todo termina convergiendo, en algún punto, con las habilidades que la profesión nos desarrolla.

3. Comprender que el abogado nace, pero, también, se hace: la “madera” de abogado, para quien escribe estas líneas, existe. Es decir, hay personas que nacen con la esencia misma de consolidar habilidades que el abogado, en el ejercicio de la profesión, realiza. La oratoria, la capacidad de redacción y análisis, la interpretación.

Pero ello no quiere decir que, quien considere no tenerlas, no pueda ejecutar una carrera maravillosa.

Mi opinión sobre este último punto: el abogado nace, pero, también, ¡y de qué manera! se hace. Y se construye a diario, entendiendo, como ya mencioné, pero considerando menester su reiteración, que el derecho es cambiante y que, por eso mismo, reviste de necesidad el estar actualizado. Leer jurisprudencia, hacer un paneo sistemático a un sinfín de proyectos de ley, son dos ejemplos. Comprender el mundo en su día a día, comprometerse con hablar dos o tres idiomas completan una lista de muchos asuntos que acá se podrían referir.