El papel de la academia es esencial, pero no es garantía
Sin embargo, estos escenarios no deben dedicarse solamente a entregar aspectos técnicos, a preocuparse por formar profesionales que conozcan el libro al pie de la letra, que se graben la fórmula de principio a fin, que hablen cinco idiomas y que no admitan equivocaciones. Recuerdo lo que hablaba Andrés Oppenheimer en su libro Basta de historias, refiriéndose a las jornadas de estudio previas a exámenes de algunos países asiáticos... Los jóvenes no dormían, no comían, se limitaban solo a leer, leer y leer, y cuando llegaba ese día los padres esperaban a sus hijos afuera de los salones, arrodillados orando y pidiendo para que les fuera bien y así pudieran obtener un buen lugar en la universidad.
Sí, por supuesto que hay que estudiar, que hay que instruirse, que hay que ser el mejor en la profesión que cada uno eligió. Pero también hay que formarse, y previamente, como ser humano, y eso es algo que inicia desde la casa, desde que somos unos niños. ¿Para qué? Para aprender a manejar y dominar la inteligencia emocional, que muchas veces nos juega malas pasadas; para aprender a escuchar al otro y entender que no siempre puede pensar como nosotros; pero sobre todo, para vivir con ética, entendiendo que el fin no justifica los medios y que, por difícil que sea el camino, siempre hay que hacer las cosas de una única forma: la correcta.
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