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lunes, 2 de abril de 2018

A través de las décadas, hemos podido evidenciar cómo nuestra sociedad ha modificado distintos usos y costumbres a medida que fenómenos como la globalización o el internet de las cosas (Internet of Things o IoT por sus siglas en inglés) han aparecido en el panorama cotidiano y podría afirmarse que la mayor cantidad de profesiones y oficios han perfeccionado y replanteado la manera de hacer sus cosas y han requerido que los profesionales se capaciten en respuesta a la evolución que sus ocupaciones han experimentado.

Estas cuestiones resultan siendo interesantes desde diversos puntos de vista y nos llenan de optimismo al comprobar que hacemos parte de un gran sistema, que no somos realidades aisladas y que cada parte de ese sistema se acopla para moverlo a un ritmo más veloz y eficaz.

Del mismo modo, es inevitable interrogarnos respecto del ejercicio del derecho y su avance en cuanto a lo antedicho, el panorama (por lo menos en Colombia) es desalentador: el derecho es una ciencia cuya aplicación y ejercicio no han evolucionado al ritmo que lo ha hecho la sociedad en la que estamos, es una profesión que opera del mismo modo hace décadas y hace que resulte dispar respecto de los demás campos científicos y profesionales que se han empezado a apoyar de herramientas tecnológicas, comunicativas y de índole experiencial para facilitar su entendimiento y apropiada comunicación con el conglomerado social.

Así la cosas, es importante empezar a darnos cuenta de que el estudio jurídico no es una realidad aislada a los mencionados fenómenos y que darle un vuelco a la imagen del abogado, al aparato jurídico y sus operadores no es una idea descabellada, antes bien, dinamiza el arcaico sistema en el que se desarrolla el ejercicio de la abogacía.

No es poco común escuchar decir del común de las personas que los abogados estamos involucrados en todos los asuntos de la vida diaria, y es cierto: estamos encargados de traducir y brindar soluciones eficientes a las necesidades de la sociedad basados en parámetros preestablecidos que procuran aplicar de forma adecuada el concepto de dar a cada uno lo que le corresponde.

Pensar en contratos inteligentes hechos a la medida de las necesidades de las partes, infografías para comunicar de manera adecuada las obligaciones contraídas al suscribir un acuerdo para combatir la desinformación, sistemas programados para procesar datos que hoy en día se analizan de forma manual, implementar áreas inexploradas para hacer aún más específicos y especializados los diversos campos en los que intervenimos, o apoyarse en áreas como la psicología, el diseño o la ingeniería (solo por mencionar algunas de las múltiples disciplinas que pueden mejorar el desarrollo de la profesión), son unos de los primeros pasos para entender que el derecho es una ciencia al servicio de la sociedad y que, entender este concepto significa poder ajustarla a las necesidades y a las dinámicas que el entorno requiere haciéndola una profesión integral que busque comprender a nuestros clientes brindándoles experiencias satisfactorias y mayor fluidez al sistema.