Agregue a sus temas de interés

Agregue a sus temas de interés Cerrar

sábado, 3 de octubre de 2015

En nuestro país la mística en la política se ha perdido: ya son pocos los casos en los que los candidatos seducen con propuestas audaces y grandes discursos. Hemos pasado exclusivamente a la campaña de publicidad comparativa, un escenario en que la estrategia consiste en encontrar votos por medio de atacar a terceros; está bien hacer crítica, por supuesto, pero siempre y cuando sea sobre la base de la construcción y no de la destrucción. Vemos casos como el de Francisco Santos, quien ha centrado su campaña alrededor de desaciertos de argumentación tan graves como el de pretender que votar por él a la alcaldía va a hacer que se puedan contrarrestar las dificultades que viven hoy en día los bogotanos por cuenta del socialismo del siglo XXI. Lo anterior es cuestionable y altamente censurable por parte del candidato, pero más grave aún es que existan personas tan cortas de espíritu que crean semenjante falacia.

Lo mismo se podría decir acerca de los candidatos de izquierda que fundamentan su discurso con la bandera de la ayuda social -como si fuera exclusivamente esa corriente política la que pudiera lograr tal objetivo-, de modo que terminan disfrazando el tamal y el aguardiente que entregan otros con subsidios, que si bien pueden ser de utilidad, también generan algunos casos de “parias sociales”. Se debe ayudar sin mal acostumbrar. Aun así, se sigue votando en cantidades considerables por esos candidatos, que realmente no ofrecen nada de valor agregado a una región. Basta con revisar los útimos mandatos en Bogotá: pasamos del malo al peor, y cuando pensamos que habíamos tocado fondo, apareció el “intocable” Gustavo Petro para demostrarnos que sí podíamos caer más bajo.

Para mejorar esta situación es necesario hacer un llamado a la conciencia ciudadana: hay que dejar pensar en el bienestar individual y en las soluciones a corto plazo, y empezar a pensar más bien en cómo, eligiendo correctamente, podemos sacar adelante un país que está a la vuelta de la esquina de llegar a la parte más dura de un conflicto: salir de él. Es por estas razones que es importante rescatar el voto programático, el mismo que se convence de una propuesta y exige resultados, ese que rescata el carisma del candidato y su capacidad de darle solución real a la problemática de una región, y no aquel voto que -como en el caso de la capital del país- se quedó solo en promesas y terminó siendo igual o peor que aquellos a quienes señaló para convencer al ciudadano de optar por él.

Por mi parte, sin importar que tantas posibilidades o no tenga de ganar, votaré por quien considero que será el mejor candidato para impulsar la ciudad en donde vivo y no por quien me pueda dar más beneficios desde el plano individual.