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martes, 20 de agosto de 2019

Los estadounidenses la llaman AOC a secas y la mayoría la ve como una figura descollante de la política actual. En las redes sociales es la personalidad pública que mayor interés despierta después de Donald Trump. Después de ser la organizadora de la campaña presidencial de Bernie Sanders para las primarias de 2016, se convirtió en la mujer más joven que se haya elegido para el Congreso de los Estados Unidos con sus 30 años de edad. Con pocos meses de presencia en la cámara legislativa ya ha logrado lanzar propuestas como el Medicare universal y comprometer a los precandidatos presidenciales para la competencia de 2020 a suscribir el llamado Green New Deal, que constituye uno de los acuerdos políticos más ambiciosos de los últimos tiempos en torno al problema del calentamiento global. Como lo dijo recientemente la revista Time (edición de abril de 2019), que dedicó a ella su portada, en menos de un año su cuenta de Twitter ha escalado de 49.000 a 3,5 millones de seguidores.

Al menos desde afuera, lo más interesante que contiene la propuesta de esta mujer hispana progresista, como dijimos, es el Green New Deal, concepto que fuera acuñado por primera vez por el escritor y analista político Thomas Friedman. El New Deal de Ocasio-Cortez se apalanca sobre la impaciencia y el fervor del segmento más joven de los votantes para promover un nuevo rol gubernamental que le pierda el miedo a experimentar, aumentando significativamente el gasto en innovación y en investigación sobre energías limpias, porque sencillamente el problema ambiental no da más espera.

Haciendo eco del nombre del programa estelar de Franklin D. Roosevelt que se implementó a raíz de la caída de la bolsa de 1929 y la Gran Depresión que le siguió, la parlamentaria propone una serie de medidas orientadas principalmente a reducir dramáticamente las emisiones de CO2 para 2050. Para ello, el primer paso sería el incremento de la participación de las fuentes de energía renovables, que hoy ya representan 17% de la canasta estadounidense. A esto se suma el aumento de inversión en redes inteligentes de energía, cuyo monto ya supera los US$30 billones. En el campo de la construcción, los ojos están puestos en la reducción de la energía que usan las casas y los edificios, asegurando que en lo posible la mayor parte de las nuevas edificaciones en ciertos estados sean -en neto- cero emisoras. A su turno, el plan busca promover un cambio estructural en la dieta estadounidense, creando un sistema que asegure a muchas más personas el acceso a comida saludable (Revista Time, abril 2019, con fundamento en EPA, Usda, otros).

Más allá del contenido mismo de la propuesta del Green New Deal, lo que me llama la atención es la importancia del concepto que hay detrás de este tipo de proyectos de creación de una política pública capaz de modificar comportamientos colectivos a través de la generación de incentivos. En nuestro ámbito hace mucha falta una aproximación más práctica y eficaz de la función legislativa que, en cambio de concebir elevados principios teóricos, apunte a estimular la creación de hábitos o comportamientos positivos a nivel masivo, como resultado de la fina y correcta formulación de incentivos sociales. Así, por ejemplo, aparte del uso del plástico de primer uso, habría que construir la política pública adecuada para fomentar el cambio de hábitos alimenticios y lograr, entre otras cosas, la reducción en el consumo de carne per cápita.