En Colombia se están viviendo situaciones angustiosas con insospechados y terribles desenlaces, como consecuencia del excesivo consumo de alcohol, que comienza en las personas desde tempranas edades y que crea unos hábitos, y en muchos casos verdaderas adicciones, que acompaña a las personas durante toda su vida, sin llegar a pensar en los efectos nocivos que produce en los organismos y en las consecuencias que se pueden desatar por las conductas derivadas de las alteraciones orgánicas.
Los científicos han identificado que el cerebro de una persona está en formación hasta un poco más allá de los 18 años y que el alcohol produce un efecto nocivo que atrofia esa evolución cerebral, produciendo daños irreversibles en el afectado. Igualmente quien se habitúa a las bebidas embriagantes, va a generar dependencia de ellas el resto de su vida y las va a requerir para actuar en muchas de sus actividades que desarrolla.
Las consecuencias, además de las orgánicas, se van a ver reflejadas en la generación de problemas familiares, en conflictos sociales y en la proclividad para cometer conductas delictivas como lesiones personales, daños en cosa ajena, accidentes y hasta homicidios como los que cada rato registran los medios, ocurridos en individuos inocentes que son atropellados por un desquiciado alcohólico que al volante de un vehículo se convierte en un potencial homicida.
Recientemente un medio publicaba unas declaraciones del fundador del Centro Don Bosco quien decía “Yo no construyo templos, yo construyo gente” y la verdad es que el compromiso de construir gente, que le asiste a los padres, a todos los miembros de familia y a quienes están involucrados en los procesos educativos, está en generar elementos preventivos y constantes para evitar el desvío de conductas y la generación de hábitos inapropiados y perversos en las personas en formación.
Hoy en día los padres suelen ser laxos y cómplices de estos fenómenos y la mayoría de los educadores indiferentes frente a este cruel problema; escenario que se completa con la falta de autoridad de los gobernantes para poner en práctica normas que ya existen sobre el consumo de alcohol y que no son exigibles con la determinación que se requiere.
En algunos planteles de educación media existen pactos de no alcohol, que son firmados por alumnos, profesores y padres de familia; pero desgraciadamente son una minoría y ya en las universidades no se ve ninguna acción que estimule la prevención de este preocupante fenómeno. La tarea está pendiente y la deuda con la sociedad, insoluta.
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