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OPINIÓN

Adiós al café, bienvenido el aguacate

01 de julio de 2014

Abelardo De La Espriella

Abogado, empresario y escritor

Canal de noticias de Asuntos Legales

Lo digo en serio: la génesis de este desastre que es Colombia está en nuestros símbolos patrios. No le puede ir bien a un país que tiene en su escudo a un “golero” o como dicen los “cachacos” a un “chulo”, porque eso es lo que es el cóndor, un “golero” elegante. Debo hacer un reconocimiento, sin embargo: si hay un animal que representa el espíritu de la colombianidad, es ese precisamente.

Esa falta de condición humana que nos caracteriza es la que nos ha hecho miopes por completo: vemos la realidad distorsionada todo el tiempo. Dicha situación nos impide comprender con claridad los correctivos que hay que tomar para transformarnos en un país realmente próspero, en el que las desigualdades se reduzcan al máximo. Un país en el que los excluidos tengan oportunidades, y la inteligencia sea la mejor carta de recomendación.

El egoísmo y la vanidad no permiten advertir lo evidente: el gran tesoro comercial de Colombia es el campo. Sin embargo, carecemos de una política agraria seria y coherente. El campo colombiano puede ser, sin lugar a dudas, el generador del cambio social que requiere con urgencia nuestra patria adolorida.

La estulticia estatal, la de los gremios, la de la industria y la de la sociedad en general llevan a repetir equivocaciones una y otra vez. Por ejemplo: el café es un producto que tuvo su cuarto de hora, pero hoy es muy costoso producirlo y su consumo, en términos de volúmenes, es muy bajo; además, su precio en los últimos cuarenta años en promedio, no supera el dólar, mientras que, por su parte, el petróleo ha subido cerca de 50 veces en el mismo periodo. El café colombiano es el más caro del mundo, los cafeteros están quebrados y el gobierno sigue subsidiándolos. El café es un cultivo en el cual no debemos seguir insistiendo.

¿Por qué nadamos contra la corriente? ¿Acaso no es más conveniente buscar otras alternativas? Se me ocurre una: en los Estados Unidos se consumen 700.000 toneladas de aguacate al año, con un incremento anual del 10%, en su mayor parte importadas desde México (500.000 toneladas). El aguacate se da en muchas regiones de las casi 20 millones de hectáreas aptas para cultivo en Colombia, la agricultura la rigen la altitud y la latitud, el sol y el agua. Estas condiciones en Colombia para el aguacate son inmejorables. Además, cada hectárea de aguacate produce 2 empleos: si sembramos 5 millones, tendríamos 10 Millones de puestos de trabajo.

El aguacate tiene una gran demanda en el mundo, es un producto que arroja casi cosecha y media al año; es un árbol que reduce el CO2 y retiene el agua. El trabajo es mínimo (recoger el fruto, empacarlo y venderlo), su valor supera al del café ostensiblemente, la inversión es modesta y no requiere de impagables subsidios. Igual ocurre con el limón, el caco, el tabaco y otros muchos productos agrícolas.

La política agraria debe estar orientada a la compra internacional de abonos y fungicidas que sean vendidos al 10% de su valor a los campesinos: no más subsidios ni créditos impagables, invirtamos la plata en abono. Hay que crear cooperativas de compra de los productos agrícolas rentables, en el mismo campo, y el gobierno debe abrir todos los mercados posibles en el exterior.

Somos la despensa agrícola del mundo, pero aún no nos damos cuenta de ello. Si desarrollamos el campo como corresponde, seremos una gran potencia. Eso será imposible si no cambiamos de mentalidad. Los colombianos no sabemos vivir ni trabajar en comunidad. El individualismo es nuestro peor pecado: cada quien tira para su lado, defendiendo intereses particulares, y en lo último que pensamos es en construir nación y en fortalecernos como una sociedad civilizada. 

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