Agregue a sus temas de interés

Agregue a sus temas de interés Cerrar

miércoles, 24 de noviembre de 2021

Estimado lector: esta vez quiero saludarle y contarle que emprendo nuevos rumbos profesionales, por eso, ésta será mi última participación en el espacio de Asuntos Legales como socio de ARI. Por esa razón, quiero dedicar este artículo a cerrar la serie de columnas de opinión compartidas anteriormente, con un tema que ha sido de mi interés desde la primera vez que escribí para este Diario: repensar y evolucionar el derecho es un aspecto que nos compete como juristas y que ansío pueda ser observado y tenido en cuenta dentro de las universidades, entidades, firmas de abogados y, en últimas, por cada uno de los que dedicamos nuestra profesión al servicio de la comunidad, de nuestros clientes y del sistema que comprende el marco normativo y regulatorio.

Es curioso cómo en las aulas se enseña lo que un abogado debería saber (teniendo en cuenta que no hay la suficiente profundidad en las asignaturas cursadas) pero no se enseñe cómo debe ser. Gran parte de lo aprendido se lo debo a mi equipo de trabajo y a los retos que propone el ejercicio profesional. Los abogados estamos llamados a transformar lenguaje y procesos confusos, en entendibles y sencillos para el usuario, no al contrario.

Personalmente no tuve una clase donde me enseñaran el modo adecuado de relacionarme con un cliente, a cobrar honorarios a reportar las gestiones que se hayan adelantado, a emprender prestando servicios legales ni las herramientas para vincularme a un cargo público, y en otros casos, hubo exploraciones superficiales a lo que es el día a día de un abogado de los negocios: formular actas, contratos, acuerdos, construir alegatos, confeccionar y contestar demandas, etc. En resumen: no me enseñaron a ser abogado.

Durante estos años de ejercicio profesional, he visto cómo la teoría puede llegar a ser innecesaria en un punto y cómo la enseñanza y el quehacer jurídico pueden llenarse de aspectos que entorpecen el verdadero objetivo de la profesión; el sistema analiza al abogado como parte de un engranaje comercial (parte de una firma o como funcionario público) pero no se suele pensar en el abogado emprendedor.

Quiero recordarle que el derecho es dinámico y, en ese entendido, la renovación e hiperinflación legislativa no son previstos como un riesgo para el estudiante muy a pesar de que el cimiento de los contenidos académicos son las normas vigentes.

Si bien las facultades de derecho plantean un estudio dogmático del derecho, no se fijan mucho en el aspecto pragmático: se espera que todos los estudiantes aprendan los mismos conceptos y de la misma manera, cuando lo cierto de que todos aprendemos de maneras distintas y que tenemos intereses diversos.

Acá la crítica es doble: de un lado, al sistema educativo por no formar en competencias necesarias, por darle un valor supremo a la teoría y por promover la competencia por memorizar y por calificar el desempeño de cada estudiante, también por relegar la práctica profesional a un requisito de grado que es desaprovechado y se completa en escasas horas; y por otro lado, a la inestabilidad e inseguridad jurídica que producen las entidades del estado dado los procedimientos y trámites engorrosos y confusos que no se adaptan a los contextos actuales, generando inconformidad , errores y tiempo perdido.

Concebir alternativas y fundamentos innovadores que vayan enfocados a las necesidades y avances de la sociedad, así como un sistema educativo que forme en criterio y en competencias más que en memoria, son claves para darle vida y dinamismo al derecho.