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sábado, 1 de febrero de 2014

Si hay algo que nos esté perjudicando más que los desastres de la Drummond, el Mira o la lesión de Falcao, es el evidente hacinamiento que tenemos en todas las cárceles del país. Según el Defensor del Pueblo, Jorge Armando Otálora, actualmente el hacinamiento carcelario alcanza el 58,3%, pasando de una capacidad total para albergar a 76.066 presos, a una sobrepoblación de 120.387 reclusos, sólo en las cárceles, sin contar los que están disfrutando de su casa “por cárcel”.

Las 12 víctimas mortales que deja esta semana el motín realizado en la ciudad de Barranquilla, parecen haber llamado la atención de las autoridades nacionales para que se dieran cuenta de algo que se ha venido registrando desde los últimos 10 años. Mientras en el Congreso de la República, obviamente no en esta época electoral, existen algunas sillas vacías y casi nuevas por el poco uso, en las cárceles del país no cabe un preso más; entre inocentes o culpables, pero colombianos al fin y al cabo, los derechos de los reclusos han sido olvidados nuevamente por nuestro precario sistema judicial y por la ineficiencia de las entidades encargadas de estas personas. 

Parece un chiste una denuncia de una ciudadana colombiana que fue a demandar a su marido por violencia intrafamiliar y a éste le hayan dado “casa por cárcel”, parece absurdo pensar que los delincuentes más sonados, disfruten de su cama matrimonial o que algunos que desfalcan a la ciudad se la pasen tardeando en los centros comerciales más exclusivos de la capital. Es triste pero no. Eso pasa en Colombia, donde la justicia no actúa por sobrepoblación en sus acusados, donde la justicia parece tímidamente escabullirse entre las adendas y enmiendas de la pálida y maltratada constitución, para hacerse la ciega y la sorda, mientras el país se le sale de las manos.

Empiezan las campañas políticas, empiezan a destaparse los desaciertos de unos y otros, empiezan los ciudadanos a ser lo fundamental y más importante. Amigos votantes los únicos culpables de que este país tenga tantas falencias en lo fundamental, no es culpa de los políticos que manejan los hilos de esas necesidades; ellos no están ahí por casualidad, están ahí porque entre todos nosotros nos hemos encargado de darles nuestro voto, confianza y hasta espíritu.

Hay que ver cómo entre trago y trago, los colombianos defienden con criterio consagrado a cada uno de sus candidatos. Hasta la misma papisa Piraquive empezaría a besar a los que en su conciencia no pueden subir al púlpito por tan sólo un voto. Nosotros, tuertos, mancos, ciegos, sordos, montañeros, y demás, no podemos permitirnos ni por un instante ser tan brutos; eso sí que no, una cosa es que cada uno tenga su pendejada, pero no podemos seguir creyendo que Jesús bajó del cielo en forma de tanque de guerra.

Así que amigo votante ojo con el voto, Dios no quiera que nuestro candidato sea merecedor de una visita conyugal semanal y nosotros lo premiemos con la dignidad suprema para dirigir las necesidades fundamentales de este aguantador pueblo. Su voto es decisivo, sea por quien sea, hágalo a conciencia, sin hambre ni apasionamiento. Recuerde que no es el que le parezca más bonito, el que use la boina más sucia, o el que tenga las ideas más “innovadoras”. En Colombia necesitamos fundamentalmente justicia, salud y educación, no sólo en época electoral, sino por el tiempo legal y establecido que dediquemos nuestra confianza, presupuesto y objetividad.

Las rendiciones de cuentas anuales se han convertido en una herramienta política que las entidades utilizan para publicitar sus logros y aciertos, pero, ¿por qué no aprovechamos esas rendiciones anuales para escoger si cada administración merece acompañarnos otro año?

Ojalá el tigre se recupere rápido y pueda ser bien visto por la congregación del Mira, ojalá los silencios administrativos den para que en este periodo desaparezcan las injusticias de la contaminación de la Drummond y de las empresas que trabajan con fibras mortales como el asbesto, y lo más importante, ojalá no se desaparezca más el erario público y logren construir unos recintos dignos para un país en el que ya sabemos, abundan los dueños de lo ajeno.