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lunes, 22 de julio de 2013

El pueblo sale de su letargo; la primavera interrumpe su hibernación; los inconformes se multiplican y sacan a los ingenuos de su atraso. Comunican a través de redes no sujetas a censura. Están aquí, allá. En la constelación política emergen poderes difusos, son la explosión de un nuevo tiempo que augura el final de un mundo conjugado en el consumo de lo efímero.

Los procesos de transformación jurídica han sido socialmente empujados: el código de los decenviros -Ley de las XII Tablas-fue posible por la amenazaba de la plebe de retirarse al Monte Sacro. Los barones inclinaron a Juan Sin Tierra y lo hicieron firmar la Carta Magna; los comunes ingleses llevaron a Carlos I al Petition of Rights. Los puritanos lograron el Bill of Rights. Las Juntas de Gobierno detonaron la independencia de las colonias americanas.
 
La mayor parte de los movimientos de reivindicación social han tenido por catalizador la situación económica. Luis XVI cita a los Estados Generales para aumentar los impuestos sin saber que abría la puerta a la Revolución Francesa. El impuesto al té impulsó el Boston Tea Party, inicio de la Independencia de los Estados Unidos. El impuesto al tabaco y a los estancos presionó el alzamiento comunero. 
 
1968 fue una época en que las sociedades de todos lugares tuvieron un deseo conteste: cambiar. La Primavera de Praga, la agitación de los guardias rojos en China, mayo en Francia; el 2 de octubre la matanza de Tlatelolco; la exhibición de Tommie Smith y John Carlos que seguidos por Lee Evans, Lawrence James yRonald Freeman alzaron el puño del poder negro en los juegos olímpicos de México. Hoy tenemos una situación similar, se vive la pandemia de inconformismo. Las sociedades están agitadas. El movimiento de indignados es el germen. Están en todas partes del mundo desarrollado: en Wall Street, en la Plaza de la Cibeles y en la Puerta del Sol. En Londres, en el centro de negocios de la plaza de Paternoster, gritaron: “¡Una solución: revolución!”; en París escribieron: “Democracia versus bancocracia”; en Bruselas:”¿Quién me rescata a mi?”.  
 
Los inconformes de ahora gozan de medios inéditos en la historia, tienen un poder de propagación tal que lo que sucede en las antípodas es inmediatamente conocido en el otro extremo. El mundo conserva sus dimensiones físicas, sin embargo se ha encogido gracias a la comunicación.  Los procesos se precipitan; lo que antes demoraba años, ahora cuaja en instantes.
 
El mundo se conmociona, sin que la situación haya hecho eco en Colombia. Gozamos de una situación económica envidiable, somos un mercado atractivo frente a los capitales que abandonan los que se hunden. Nuestra economía muestra crecimientos positivos. Pero las estadísticas no pueden volvernos indiferentes. No somos ahora pero podemos ser mañana. 
 
Son campanadas de alerta que despiertan a una juventud que desde la séptima papeleta no se moviliza, adormilada por el no pasar nada en un mundo que perdió el romanticismo en donde no hay más destino que ser capitalista. La rebeldía se la tragó el sistema, el sistema que aprendió que el mejor anticuerpo para la impugnación, es convertirla en moda, hacerla camiseta. Si bien la dialéctica se detiene por carencia de antítesis, el tiempo no para. El hombre reclama humanidad y ese reclamo tiene un poder tan fuerte y es tan contagioso que presagia un nuevo tiempo. El calendario Maya llega a su fin. Es el tiempo de la transformación política. El Estado ha dejó de ser el de Maquiavelo, para ser algo que está por hacerse.