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miércoles, 14 de agosto de 2013

En medio de una embestida contra la oposición que delata entre otras características la de un gobernante intolerante con sus rivales llegamos a los tres años de gestión de Juan Manuel Santos con el sabor agridulce de una gran oportunidad perdida.

Sin duda gran parte de los resultados que hoy muestra como propios son producto de un viento de cola que heredó pero que hoy se pierde en medio de las indecisiones, del derroche y de la desconfianza que tienen prácticamente todos los sectores sociales y económicos. ¿La razón de esa desconfianza? Cambios en las reglas de juego y mensajes equivocados.

El éxito del gobierno anterior fue sin duda su coherencia. Primero en la firmeza del mensaje y segundo en la consistencia. Eso fue lo primero que perdió el actual mandatario que da bandazos cada vez que salen mal las encuestas. Como bien lo dijo en su andanada mediática Santos, comenzó el proceso de paz desde el día primero y ahí entregó la política de seguridad democrática que se desmorona todos los días.

Los resultados están a la vista. Crecen los atentados terroristas, crecen las extorsiones (los comerciantes barranquilleros desesperados le paralizaron la ciudad), crece el homicidio y se fortalecen las organizaciones criminales empezando por las Farc. Los ciudadanos de nuevo sienten pasos de animal grande en el campo y en las ciudades. Y el gobierno, entretanto, navega en la incoherencia del disparen pero negociemos algo que para un soldado o un policía es incomprensible.

En materia económica el tema es igual. Cambió las reglas del juego, eliminó las exenciones tributarias y los acuerdos de estabilidad y ahuyentó la confianza del sector privado. Las inversiones planeadas continuaron, de ahí las cifras que pueden mostrar, pero nuevo poco o nada hay. Muchos se fueron y llegaron nuevos a reemplazarlos. En las industrias de gas, petróleo y minería la desbandada es total. Para terminar, incumpliendo una promesa de campaña, una más, le subió en términos reales los impuestos a los empresarios y a los asalariados independientes.

El resultado está a la vista: la economía crece al tres mientras Chile y Perú que no cambiaron las reglas del juego crecen al doble. Los ingresos se le desploman al gobierno y para cuadrar caja buscan vender una de las joyas de la corona, Isagen. A quien se vendió como un gran economista le quedó grande la economía.

La cohesión social se ahoga en paros en los que los sectores más radicales de la sociedad se apoderan de la protesta social y la convierten en lucha de clases. Las entidades públicas de nuevo son la piñata de los políticos. Los sobornos con burocracia y auxilios parlamentarios nos regresan a las peores épocas de la gobernabilidad samperista. Y la incapacidad gerencial se refleja en ministerios claves, ocho, con tres ministros en tres años.

¿Y el talante? En lo momentos más complejos de la nación cuando esta se desangraba en medio de la violencia partidista uno de sus dirigentes más representativos, Eduardo Santos, pedía a sus seguidores fe y dignidad. Una lección para aprender.