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lunes, 20 de abril de 2020

Hay quienes sostienen que el Covid-19 es un ejemplo del cisne negro, teoría enunciada por Nassim Taleb en 2007. Antes del siglo VII todos los cisnes eran blancos, hasta que se produjo una inesperada mutación genética que ocasionó la aparición de los cisnes negros. Taleb dio esa denominación, “cisne negro”, al suceso que encierra una carga de sorpresa, de tal magnitud, que amplifica su impacto.

Pero cuando el suceso imprevisto se decanta, todos damos una explicación “a posteriori”. Nos volvemos expertos en encontrar señales que pasaron inadvertidas para la comunidad que estaba distraída en otras prioridades. La llegada de Trump al poder, el Brexit y el atentado del 11 de septiembre, han sido citados como sucesos de cisne negro.

Aunque, el mismo Taleb ha manifestado que el Covid-19 no encaja en la teoría del cisne negro por cuanto, según él, era perfectamente prevenible (Bloomberg , entrevista marzo 30), hay quienes así lo han calificado y uno de esos organismos es nada menos que la Ocde.

En un muy interesante documento, Frederic Jenny, director del Comité de Competencia de la Ocde, plantea varios dilemas surgidos de la crisis, nada fáciles de resolver, que de manera sorpresiva han puesto a prueba a todos los gobiernos. Uno de ellos, se refiere al papel que juegan los políticos y los científicos en la toma de decisiones y en la política pública. En tiempo de crisis la gente confía más en la estrategia que proponen los científicos, que la formulada por los políticos, para afrontar una pandemia.

¿Pero deben los políticos seguir perentoriamente las recomendaciones de los científicos? Francia aprobó el uso de la hidroxicloroquina para el tratamiento del coronavirus, en pacientes graves, después de consultar al Comité Científico nombrado para la crisis, a pesar de que no existía suficiente evidencia científica. En EE.UU. se generó una pugna entre Trump y el director del Instituto Nacional de Alergia y Enfermedades Contagiosas.

Otro de los dilemas plantea si los objetivos de la ley de competencia deben redefinirse en épocas de crisis económicas. Además de los problemas surgidos a raíz de la escasez de productos básicos causados por el confinamiento y el insuficiente nivel de producción, que han sido abordados en anteriores columnas, se prevé que el Covid-19 va a conducir a una gran depresión económica, a bancarrotas y desempleo. En este contexto, considera la Ocde, que es una prioridad estimular el crecimiento económico y aliviar la situación de penuria de las clases menos favorecidas.

De ahí, que se van a requerir abundantes subsidios, deducciones de impuestos y hasta la nacionalización de algunos sectores. Todo lo anterior va a representar un conflicto con los objetivos tradicionales de la política de competencia. Por consiguiente, la promoción de la competencia no será una prioridad en el futuro cercano y las autoridades tendrán qué adoptar un punto de vista más dinámico, del que han tenido hasta ahora. Señala finalmente que no pocos economistas han sostenido que la competencia no es de por sí suficiente para relocalizar los recursos al nivel y a la velocidad requeridos para afrontar la crisis

PD: Última hora: un verdadero cisne negro ha surgido de un decreto, recién expedido, que dispone que, en tiempos del Covid-19, el retraso en el pago de una factura a una Pyme, por parte de un contratista de obras de infraestructura, es una conducta anticompetitiva. Nunca se pensó que el virus pudiera además tener estos sorpresivos efectos.