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martes, 14 de noviembre de 2023

Como tantos de los millones de colombianos nacidos en Bogotá, he visitado mucho los cerros orientales. Son escenario único y maravilloso para deporte, contemplación y turismo.

Por eso duelen tanto los cada vez más frecuentes casos de atracos y otros delitos en esos territorios —los del actor Juan Pablo Raba y el empresario Carlos Ríos, los más recientes—.

A raíz de la iniciativa de Enrique Peñalosa en su segunda alcaldía de crear el “sendero de la mariposas” un camino de 100 kilómetros que bordeara los cerros desde el sur de la ciudad hasta Chía, se desató otro encendido debate entre los sectores “progresistas” y los de centro y derecha, acerca de si esos recursos naturales deben ser protegidos en extremo, sin ser objeto de ninguna forma de intervención, o si por el contario se deben poner al servicio de la comunidad para usos de turismo, deporte y contacto con la naturaleza, dentro de parámetros que garanticen su preservación y conservación.

El problema es que mientras ese debate persiste en la academia y en la política, en la dura realidad, nunca ha cesado la agresiva invasión de los cerros orientales, uno de los principales recursos naturales de Bogotá, por individuos y organizaciones criminales de todos los tamaños, que los usan como escenario y santuario para sus actividades.

Los bogotanos contemplamos a la distancia un paisaje maravilloso que en la actualidad oculta más de 400 kilómetros de senderos construidos ilegalmente, que por supuesto son utilizados para todo tipo de actividades. Están las rutas que transitan los turistas para el ejercicio y para la diversión hedonista pero también muchas que controlan y explotan los delincuentes para sus negocios y actividades, La crisis es mucho más grave que la ocurrencia constante de asaltos y atracos.

Tristemente, los cerros orientales tienen un enorme valor estratégico y logístico para la criminalidad organizada, local y extranjera, que martiriza a Bogotá con especial crueldad en los últimos meses.
En las últimas décadas, los cerros se han visto afectados por “tierreros” y urbanizadores piratas, por gentes inescrupulosas que desarrollaron canteras, por deforestación y por la actividad de bandas dedicadas a la explotación y venta de muchos de sus recursos.

En sus ácidas y desleales peleas con Peñalosa la alcaldesa Claudia López decidió en 2020 poner fin al proyecto del “sendero de las mariposas” con lo cual Bogotá perdió una oportunidad única para controlar inteligentemente el tránsito de personas y las actividades que se realizan en esos bellos espacios naturales y de darles utilidad económica y turística, para beneficio de Bogotá y sus habitantes. Más espacio público para todos, pero además un sistema efectivo para prevenir y mitigar incendios forestales, que ocurren con alguna frecuencia y que han llegado a causar daños enormes por la dificultad de acceder a las zonas afectadas.

Abominables y repudiables los atracos del actor Raba y del empresario Ríos. Pero el problema es mucho más grave que esos episodios de la crónica judicial.

Me aparté hoy de los temas que suelo tratar en esta columna, porque me duele como bogotano la gravísima situación que se registra en nuestros cerros orientales, convertidos en santuario de criminales y en uno de los ejes de donde emana y en donde se consolida la pavorosa inseguridad que hoy afecta a nuestra ciudad.