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lunes, 6 de abril de 2020

En medio de estos momentos aciagos que embargan a la humanidad, ha quedado demostrado que los países que han logrado controlar la propagación de la enfermedad, de manera más eficiente, han sido aquellos que han desarrollado una estrategia de detección temprana de los casos para su tratamiento oportuno. En este proceso, las compañías tecnológicas más importantes como Google, Alibaba, Supercom, Clearview, entre otras, desempeñan un papel esencial con el respaldo de sus respectivos gobiernos.

Se trata de aprovechar los datos y las herramientas más novedosas de la industria para combatir la propagación de la enfermedad. Sin embargo, esta estrategia ha sido motivo de agudas preocupaciones en torno de la privacidad de los ciudadanos.

Se plantean dos intereses en conflicto: de una parte, el tratamiento de los datos personales al servicio de los gobiernos que les permite adoptar las decisiones necesarias para frenar la propagación del Covid-19, lo que contribuye de manera indudable a salvar innumerables vidas. Por la otra, el derecho a la intimidad de las personas. Se aduce que estas decisiones traspasan la esfera personal de los individuos y la saca del anonimato, mediante la compilación de sus datos personales.

Uno de los países a los que más se le ha ponderado la efectividad de la estrategia para contener el contagio, es Corea del Sur. Se ha desarrollado allí una aplicación móvil para monitorear la orden de aislamiento, impartida por el Gobierno, que emite una alerta a las autoridades cuando el individuo activa su celular, por fuera del área permitida. También se diseñó una aplicación de reconocimiento facial que permite a los prestadores de servicios de salud identificar los nombres de sus pacientes de manera rápida.

A su vez, gobiernos como el de Israel han implementado herramientas que anteriormente se utilizaban para combatir el terrorismo, para rastrear, a través de sus teléfonos celulares, a los ciudadanos que no estén cumpliendo con las medidas ordenadas.

El Washington Post reveló que el gobierno estadounidense está trabajando, nada más y nada menos, que con Facebook y Google para rastrear los movimentos de las personas y encontrar información a través del uso personal de las aplicaciones de mapeo. Han salido también a la luz las compras de bases de datos masivas, por parte de ese gobierno, a empresas de telefonía celular como AT&T y Verizon. Para muchos, la preocupación es qué pasará después con esa información una vez quede en manos del gobierno y se haya superado la crisis.

Harari advierte que “si no tenemos cuidado, la epidemia podría marcar un hito importante en la historia de la vigilancia. No solo porque podría normalizar el despliegue de herramientas de vigilancia masiva en países que hasta ahora las han rechazado, sino aún más porque significa una transición dramática de la vigilancia “sobre la piel” a “bajo la piel.

Hasta ahora, cuando su dedo tocaba la pantalla de su teléfono inteligente y hacía clic en un enlace, el gobierno quería saber exactamente en qué estaba haciendo clic. Pero con el coronavirus, el foco de interés cambia. Ahora el gobierno quiere saber la temperatura de su dedo y la presión arterial debajo de su piel.”

Concluye Harari que esos datos no deberían usarse para crear un gobierno todopoderoso sino para permitir al ciudadano tomar decisiones más informadas y responsabilizar al gobierno por sus decisiones.
Ha surgido así uno de los más complejos dilemas sobre el que deberá gravitar el mundo del siglo XXI.