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sábado, 15 de enero de 2022

Tuve la fortuna en días pasados de recibir la tercera dosis contra el covid-19. No me resultó nada difícil, estaba en un centro comercial, pregunté por el tipo de vacuna que estaban aplicando, hice una fila de no más de media hora y salí vacunado. Mientras esperaba pensé en la gigantesca operación logística necesaria para llevar a millones de colombianos estos preciados medicamentos: personal sanitario, neverillas, jeringas, algodón, mesas, sillas, salones, carnets, bases de datos, cadena de frío y un etcétera tan largo y complejo de organizar al detalle que preferimos no pensar en ello y por el contrario, y lamentablemente usual en Colombia, sí despotricamos: de la alcaldesa (vivo en Bogotá), del ministro de Salud y, por supuesto, del presidente.

El problema para llevar la vacuna a todo el planeta no es cuestión simplemente de regalarle los biológicos a los gobiernos de ciertos países, particularmente africanos, para que vacunen a su gente. Es necesario que esos países dispongan de medios como los citados para garantizar ese derecho fundamental y eso, desafortunadamente, no es común en muchos de esos estados, ni siquiera en Centroamérica. Reflexioné entonces sobre los enormes esfuerzos realizados por Colombia en las últimas décadas para subir escalones en su nivel de desarrollo. Sí, sé que hablar bien de Colombia suena ridículo pues pareciera ser que encontramos un profundo y morboso placer -un cuadro mezcla simultánea de sadismo y masoquismo-, que nos impide reconocer las razones para sentirnos orgullosos de nuestra nacionalidad y nuestros logros. Parece como si sintiéramos miedo de asumir los retos derivados del estatus de un país que mejora. Los chilenos y, aquí mismo, nuestros paisas, tienen mucho que enseñarnos en cuanto hace al orgullo por ser parte de una cierta población y a asumir metas cada vez más exigentes de desarrollo.

El colombiano parece preferir ver el vaso siempre medio vacío y, en consecuencia, sale a protestar y acabar con todo violentamente como ocurrió hace muy poco. Me dio grima, al ver al personal sanitario esforzándose día a día para hacer bien su agotador trabajo de preservar nuestra salud, vacunándonos o atendiendo esmeradamente a los pacientes de covid, comparar con aquellos “colombianos” para quienes construir sociedad es sinónimo de odio, destrucción y creer que liderazgo es sembrar en las personas la sensación de desazón, caos total, insatisfacción y, ¿todo para qué? Para decirles que nada de lo construido hasta ahora tiene utilidad alguna y que se hace necesario un “cambio” (electoral, por supuesto).

Claro que siempre habrá que cambiar y mejorar cosas, pero, perdónenme, ver y vender solo el vaso medio vacío es darle una bofetada a toda la nación, a todos aquellos que diariamente ponen su granito de arena en el estudio, en el trabajo, en el simple pero complejo acto de ser, día a día, buenos ciudadanos. Es escupir sobre todo lo que Colombia ha logrado en las últimas décadas en tantos campos de la vida como nación.

Gracias presidente, gracias alcaldesa, porque a pesar de estar en orillas políticas diferentes, han pensado en Colombia, en su gente y han hecho todos los esfuerzos para que, por ejemplo, en Bogotá tengamos un 85% de ciudadanos con el esquema de vacunación (dos dosis) completo. Gracias al personal sanitario, a todas las personas que participan para hacer posible esta épica gesta de vacunar a toda nuestra gente. Tampoco aquí cabrían todos los agradecimientos, por eso, ¡¡¡Gracias Colombia!!!, somos buenos en lo que nos proponemos.