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martes, 3 de marzo de 2020

Transcurrió en días pasados exitosamente el certamen en buena hora organizado por La República sobre felicidad laboral. Por fortuna algunas empresas en Colombia empiezan a tomarse muy en serio el tema del endomarketing y entender que sus colaboradores son la fuerza vital capaz de moverlas y llevarlas tan lejos como las empresas mismas lo deseen. Oportuno por demás para apuntalar un momento crucial en la vida política y económica del país, que permita ahondar en la confianza que la sociedad debe depositar en sus empresas como entes capaces de aportar decididamente a la construcción de un futuro cada vez mejor para todos.

No puede, sin embargo, perderse de vista la real profundidad del horizonte. No se trata tan solo de asumir la felicidad en el trabajo como un propósito en sí mismo, sino entender el entramado global existente hoy en día en torno al bienestar de los trabajadores y la plenitud en el ejercicio de sus derechos: espacios aparentemente nada relacionados con ello como es el caso de la Ocde y sus líneas directrices para las empresas multinacionales, pero centrados sin lugar a dudas en los derechos y el bienestar de los trabajadores.

La preocupación por el cuidado, la “ética del cuidado” que se da cada vez en mayor medida en las empresas, ha venido extendiéndose por el mundo: no es un asunto ya del resorte exclusivo de los sindicalistas y uno que otro activista ideologizado. Las tecnologías de la información y la comunicación han convertido a cualquier individuo en un observador y juez del comportamiento laboral de las compañías. La felicidad laboral no puede entenderse, entonces, al margen de una exigencia universal por el profundo y sostenido respeto por los derechos de los trabajadores, muchos de los cuales encuentran su soporte global en los estándares de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

Dichos estándares, ustedes bien saben , son de creación tripartita y expresan el pensar, el sentir y las aspiraciones de los empresarios, los trabajadores y los gobiernos a nivel global. De ahí que su legitimidad, su autoridad moral y su utilidad práctica trasciendan la frontera territorial de la ratificación por parte de los Estados. Prueba de ello son, ya la mencionamos, la iniciativa de las líneas directrices para las empresas multinacionales, las cuales recogen muchos de tales estándares, tanto convenios como recomendaciones internacionales del trabajo de la OIT, como expresión de las buenas prácticas recomendadas por los gobiernos de los Estados miembros de la Ocde a las empresas, tanto multinacionales como las que hacen parte de las cadenas de valor de aquellas. Incorporar estos estándares en la cultura organizacional es, desde la perspectiva de la Ocde y la OIT, asegurar una ruta orientada al bienestar y la felicidad en el lugar de trabajo: fidelizar desde el cuidado.

Visto desde esta perspectiva, los estándares de la Organización Internacional del Trabajo constituyen sin lugar a dudas un fundamento objetivo, medible y, sobre todo, de vigencia global, de una felicidad en el trabajo basada no en iniciativas estructuradas y afincadas solamente en la buena voluntad, y en ocasiones carentes de coherencia con los profundos cambios ocurridos en el contexto global, sino la expresión sólida y perdurable de una cultura organizacional centrada en unos valores universalmente aceptados, capaces de situar a las empresas que decidan acogerlos, en lugares de privilegio en lo que hace a la gestión del talento humano.