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lunes, 15 de julio de 2013

Es una constante en la historia que el vencedor de una gran contienda tienda a volverse arrogante.

Así por ejemplo Atenas, la gran ganadora de las guerras médicas (siglo V aC) a pesar de su naciente democracia impuso una odiosa política imperialista entre el resto de ciudades-Estado griegas. El malestar generalizado desembocó en las guerras del Peloponeso, en donde la arrogancia ateniense contribuiría a la victoria de Esparta. Como el vencedor tiende a heredar los vicios del derrotado, la patria de Leónidas recibió como legado la soberbia ática. Cuando la insolencia espartana resultó intolerable, correspondió a Tebas la misión de humillar a la nueva vencedora; una vez que los tebanos alcanzaron el nivel de insolencia de los espartanos, les correspondió a los macedonios doblegar la arrogancia del campeón. Y posteriormente serían los romanos quienes castigaran el orgullo macedonio (así como los pueblos bárbaros serían los verdugos de la soberbia romana).  Tal ciclo pareciera prolongarse hasta nuestros días: los Estados Unidos y sus aliados, los vencedores no sólo de los nazis y fascistas en la Segunda Guerra Mundial, sino igualmente de la URSS y en general el totalitarismo comunista en la Guerra Fría, exhiben una soberbia comparable a la de atenienses, espartanos o romanos. Ésta se refleja no sólo en las invasiones de Vietnam, Panamá, Irak o Afganistán, sino igualmente en las políticas económicas impuestas al planeta entero a través de organismos multilaterales como el Fondo Monetario Internacional o su hermano gemelo, el Banco Mundial. La crisis financiera planetaria desatada por la petulancia de estas entidades pareciera atestiguar la ley histórica en mención.
 
 Y así como Platón desde su Academia se dedicara a elaborar una serie de propuestas para mejorar tan deplorable estado de cosas en su tiempo, debatiendo con los sofistas y demás escuelas filosóficas el camino a seguir, la academia del siglo XXI disputa en torno a la lógica financiera de la actual globalización, y la forma en que ésta debe relacionarse con lo que de alguna manera constituye su antítesis: el universalismo de los derechos humanos.
 
 Fruto de esta vertiente, los países directamente afectados por los estragos de las dos guerras mundiales, decididos a prevenir nuevas intentonas totalitaristas, iniciaron una oleada de nuevas constituciones políticas que, comprometidas con una especial protección de la dignidad humana, el libre desarrollo de la personalidad y la construcción de un orden justo, incluyeron de una u otra manera un catálogo de derechos económicos y sociales.
 
 La nueva ola llegaría a América del Sur a comienzos de la década de los ochenta del siglo pasado con Chile. Como es bien sabido, nuestro país acogió el nuevo “acuerdo sobre lo fundamental” en 1991. Y con éste, llegó al país la cuestión del gobierno de los jueces, lo cual igualmente afecta el régimen económico.
 
 A problemas comunes, soluciones comunes. La misión del derecho no es la originalidad, sino la solución de los conflictos sociales en una dinámica garante de la paz. Colombia, al ser uno de los países más violentos del mundo, demuestra poseer uno de los sistemas jurídicos más críticos del mundo. La enseñanza del derecho en nuestro país debe cambiar, pues el modelo está fracasando. Los nuevos desafíos planteados por la globalización pueden ser afrontados mediante el redimensionamiento del derecho comparado, que ha dejado de ser una disciplina propia de eruditos y “ratones de biblioteca”, para convertirse en el método por excelencia destinado a repensar lo jurídico. Al final, se trata de seguir superando los estragos producto de la arrogancia del vencedor de turno.