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lunes, 29 de agosto de 2022

Ahora que el nuevo gobierno ha puesto de moda a la experta economista Mariana Mazzucato, vale recordar que desde hace varios años venimos hablando de ella y de sus enseñanzas en torno al concepto de gestión pública basada en misiones. En su criterio, el sector público gubernamental puede ser incluso más eficiente que el sector privado, cuando logra organizar la gestión de lo público con base en proyectos diseñados alrededor de misiones concretas debidamente planeadas y estructuradas. Mazzucato recurre a muchos ejemplos de iniciativas públicas altamente exitosas, siendo la más emblemática la Misión Apolo 11 que logró la llegada del hombre a la luna, en un proyecto sin precedentes no solo en cuanto a lo ambicioso del programa, sino además en el tamaño de la tarea de coordinación necesaria entre muchos y muy diversos actores del sector público y privado.

Apolo 11 no solo fue un fenomenal éxito de cooperación público-privada que consiguió el objetivo propuesto, sino que conllevó beneficios colaterales inmensos en muchos sectores, donde la innovación científica y de procedimiento permitió descubrimientos o avances del estado del arte en campos diversos como: la creación de zapatos atléticos, el uso industrial del teflón, la creación de aislantes industriales, métodos de purificación del agua, detectores de humo, comunicaciones inalámbricas, robótica aplicada, espuma con memoria y computadores portátiles, entre otros.

En ese sentido, nunca en la historia de la humanidad se ha visto un éxito tan rotundo de emprendimiento gubernamental alguno, con tantas implicaciones positivas no solo en el ámbito de la geopolítica mundial, sino en diversos campos de la industria y la academia.

Este y muchos otros ejemplos son demostraciones fehacientes que el Estado sí puede convertirse en un empresario exitoso o, mejor aún, que el Estado sí puede lograr el cumplimiento de metas ambiciosas y de proyectos de alta complejidad y que su capacidad de ejecución puede ser tan buena o incluso mejor que la que arrojan las iniciativas de origen puramente privado.

Sin embargo, es claro que en el caso colombiano para soñar con un Estado eficiente que pueda abocar con éxito grandes proyectos es necesario generar antes una profunda transformación de la estructura estatal actual, para hacerla más flexible y moderna, pero sobre todo para inaugurar un nuevo modelo de gestión que no esté exclusivamente basado en presupuestos formales asignados a cada cabeza de sector, sino en la generación de proyectos multisectoriales que se gestionen en forma ad hoc, caso por caso. El hueco negro de la administración pública colombiana está en el formalismo presupuestal y la inflexible arquitectura institucional que viene ensamblada en un sistema hiperlegalista que pretende regularlo todo, y que muchas veces crea más caos que claridad. De esa forma, se crean burbujas de gestión que medianamente funcionan para los programas que se ejecutan de principio a fin dentro del mismo sector, pero que normalmente fracasan cuando tienen implicaciones multisectoriales y requieren la toma de decisiones de varios ministros como cabeza de sector, en donde ninguno es jefe del otro y cada uno gobierna aisladamente sus prioridades y sus recursos. El Presidente dedica buena parte de su tiempo en labores propias de su calidad de Jefe de Estado y no tiene tiempo suficiente para desempatar las zonas grises.

En lo que tiene que ver con la gestión de proyectos que requieren la activa participación del sector privado también es necesario replantearse a fondo la visión del Estado y el modelo de gestión. Una nueva manera de abordar la evaluación de los riesgos y la distribución de estos entre los diferentes actores, pueden llevar a un nuevo nivel la construcción de alianzas público privadas que sirvan para hacer frente a los proyectos más retadores y ambiciosos del país.