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lunes, 14 de febrero de 2022

La llegada del hombre a la luna ha sido tal vez el emprendimiento público-privado de mayor envergadura en toda la historia de la humanidad. Con la Nasa a la cabeza y en el contexto de la Guerra Fría, en los años 60s los Estados Unidos se plantearon como objetivo superior la conquista del espacio para ganarle la mano a la Unión Soviética. Para ello, destinaron una gran cantidad de recursos monetarios, muchísimos más que los necesarios para cualquier otro proyecto de la época y construyeron dinámicas de interacción sin precedentes entre las agencias del Estado y el sector privado.

Mariana Mazzucato cuenta esta historia en su libro ‘Mission Economy’ y cuenta también que previo al momento estelar del aterrizaje lunar en julio de 1969 hubo muchos fracasos y frustraciones, entre otros el fiasco del Apolo I, que significó la muerte de tres astronautas. Otros megaproyectos de talla mundial también son muestra evidente del poder enorme que puede llegar a tener la unión entre lo público y lo privado, como es el caso del Plan Marshall después de la Segunda Guerra Mundial, o varios emprendimientos empresariales que nacieron con la semilla del capital público, como es el caso de Google o Tesla.

Mazzucato pone en entredicho el mito de que el Estado no puede ser eficiente en la actividad empresarial y que solo el sector privado puede lograr objetivos concretos en esa materia. De hecho, plantea con cifras y evidencias, cómo se ha venido sobreestimando la capacidad ejecutora del sector privado, en desmedro de las capacidades internas del sector público tradicional, el cual también es capaz de llevar a cabo grandes proyectos, muchas veces a menor costo y con mayor enfoque social.

Es claro que hoy en día pasamos de algún modo por una crisis de la gestión pública, lo que hace que muchos teóricos del rol gubernamental anden en busca de nuevas maneras de enfocar el Estado. En buena medida, ese Estado moderno que se vislumbra, pasa por una nueva lógica de relacionamiento del sector público y el sector privado, donde no sea necesario partir del dilema de uno u otro extremo, sino que se consiga un escenario en el que puedan confluir de manera más armónica y con mucha sinergia ambos sectores, y producir resultados a gran escala.

En teoría, las estructuras de gobierno corporativo del sector privado son más eficientes para hacer seguimiento y control de un proyecto en marcha, al paso que los servidores públicos típicamente tienen un menor grado de accountability, pues se protegen tras la cortina de las trabas burocráticas. Sin embargo, si lográramos un cambio profundo en la arquitectura del Estado y en su modelo de gestión, al tiempo con un cambio cultural en la forma que se aproxima la gestión de los objetivos de toda la sociedad como nación, considero que es factible elevar los niveles de accountability del sector público de cara a sus stakeholders y ponerlo a responder con los mismos niveles de control y eficiencia que ofrecen los mejores proyectos empresariales de origen privado.

En esa lógica, el Estado, en vez de aislarse de la función empresarial, debería destinar importantes esfuerzos en localizar fuentes de innovación que sean escalables mediante grandes megaproyectos de interés estratégico, en el que se haga partícipe directo como aportante de capital semilla, de la mano de la empresa privada.

Con esa visión, las alianzas público-privadas a gran escala pueden convertirse a futuro en uno de los más significativos motores de desarrollo para el país.