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viernes, 8 de mayo de 2015

Los anteriores factores no se pueden presentar sin un claro soporte ético de la conducta de los administradores, empleados y agentes del mercado de valores. En donde las políticas de Gobierno Corporativo se estructuren con base en los principios de autorregulación y normas de conducta que se imponen las mismas empresas.

Lo anterior, implica el establecimiento de objetivos estratégicos, responsabilidades, competencias por parte de los profesionales, vigilancia y control en las organizaciones, esquemas de retribución consistentes, y sobre todo un conjunto de valores empresariales, trasmitidos a toda la organización en asuntos que van más allá de las utilidades del negocio, como son los conflictos de interés y la transparencia en las actuaciones corporativas.

Es decir, el centro de gravedad del  buen Gobierno Corporativo pasa por la fijación y control de la estrategia empresarial y de las políticas empresariales, dentro de los más altos estándares éticos; la gestión de riesgos y en el control de los mismos, aspectos que se verán reflejados en la relación de solvencia de la entidad y en la percepción de riesgo del mercado.

El asunto que este marco teórico puede resultar una retórica dentro de una organización, en el que simplemente con la adopción de un Código de Buen Gobierno o un Código de Ética y Conducta damos pleno cumplimiento formal a las normas que nos exigen el Código País y los estándares internacionales.

Lo anterior, debe traducirse a favor de los inversionistas y consumidores en todas las relaciones de los agentes del mercado. Esto debe verse reflejado en los costos de los productos, para que sean los adecuados; en la orientación comercial, para que se encuentren dentro del marco de la protección del consumidor y no se constituya en una política agresiva de consumo; en una publicidad veraz, transparente y cierta para no llevar a engaños al consumidor financiero; y en un soporte idóneo por parte de los administradores que gestionan los riesgos con base en los cuales se administran los recursos de terceros, para que sean los más competentes e idóneos.

En el mercado de valores también este factor ético del Gobierno Corporativo adquiere una dimensión práctica, los administradores de fondos deben seleccionar los activos a invertir dentro de una clara política de inversión, pensando en los inversionistas; revisar los costos de los fondos para que no hayan rubros que no correspondan y para que nos carguen aspectos que podrían obviarse en beneficio de los inversionistas; en que la orientación comercial sea simétrica con los riesgos asumidos; que los fondos se autorregulen en cuanto a los tamaños para que puedan conservar la eficiencia de los retornos de los inversionistas en función del riesgo asumido; que los administradores aporten su experiencia y estabilidad en función de los inversionistas.

Por lo anterior, podemos afirmar sin lugar a dudas que la ética es la piedra angular del sistema financiero y del mercado de valores, en tanto en cuanto representa la confianza para los depositantes, para los inversionistas y para los gestores de riesgos en la administración de los recursos de terceros, bajo el ámbito de que los parámetros legales y de autorregulación sí pueden aplicarse desde el punto de vista práctico y no sólo teórico en beneficio del mercado.