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viernes, 15 de junio de 2018

Los Acuerdos de La Habana reconocieron el impacto que han vivido las mujeres dentro del conflicto armado. Este se puede evidenciar por dos vías. La primera, a través de la violencia de género. Dentro de estos, la violencia sexual. Y segundo, por la pérdida o daños sufridos por sus familiares.

En la primera vía, a pesar de que las partes en conflicto han cometido delitos de violencia sexual, ninguna reconoce públicamente esa práctica de guerra. Por el contrario, la mayoría de actores armados y la sociedad en general entienden este problema como un daño colateral o un hecho aislado y no como prácticas sistemáticas con objetivos propios de sembrar terror, humillar a los bandos enemigos, silenciar la voz de las víctimas y expandir control territorial.

La violencia sexual contra ellas dentro del conflicto armado se puede considerar como un delito perfecto ya que las víctimas no se atreven a denunciar. Este silencio responde al impacto psicosocial que padecen, al temor por las represalias contra ellas y sus familias o a la re victimización a la que pueden ser sometidas.

Esta última se evidencia, por ejemplo, cuando las personas, incluyendo sus familias, consideran que no existió violación porque las ofendidas no se resistieron o incluso porque deseaban tener relaciones con los actores armados. En muchos casos esta situación provoca problemas en sus relaciones de pareja. Uno, porque sus compañeros piensan que les fueron infieles; y dos, porque sin un adecuado acompañamiento psicosocial, ven impactada su vida sexual.

Por su parte, las entidades del Estado las re victimizan cuando, a pesar de que existe una ley que establece que no deben exigirse pruebas en estos casos, se les piden e incluso se les niegan las denuncias por no señalar un presunto responsable. Asimismo, cuando las autoridades efectúan comentarios ofensivos y no brindan un acompañamiento jurídico y psicosocial adecuado durante el proceso.

En la segunda vía, se puede visibilizar el impacto diferenciado del conflicto en la vida de las mujeres cuando son sus familiares quienes son víctimas de hechos como el secuestro, ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas y reclutamientos. Ellas que sobreviven y pierden a sus seres queridos en estos hechos, no solamente se ven expuestas al impacto emocional sino también a continuar con su proyecto de vida sin el apoyo económico que representaban sus compañeros o padres. Esta dependencia, entre otras razones, es el resultado de los estereotipos de género que ha marcado a nuestro país. En particular, porque las regiones más afectadas por el conflicto son lugares donde la desigualdad y la falta de oportunidades económicas y educativas para las mujeres es evidente.

La importancia de conocer este lado del conflicto permite comprender por qué es necesario resaltar y promover la participación de las mujeres en los procesos de memoria con enfoque de género. Las experiencias en las que participan contribuyen no solo a visibilizar la violencia de género dentro del conflicto, sino también dan cuenta de otro tipo de hechos que han sido perpetrados en contra de sus familiares y que sólo ellas conocen y pueden relatar.

Hoy ya contamos con ejemplos de mujeres empoderadas que han tomado su dolor como principal insumo para convertirse en lideresas sociales y defensoras de derechos humanos. “Ruta Pacífica de las Mujeres” y obras culturales como “Antígonas, Tribunal de Mujeres”, son prueba de ello.