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martes, 25 de junio de 2019

Nos indignamos por todo. En esta época en que todo es transmitido y conocido en tiempo real y ya casi nada está oculto en internet, vivimos indignados.

Todos los días buscamos los temas relevantes de las noticias para dejarnos llevar por el impulso rebelde e inconforme: “todo mal, todo pésimo”.

Nos indigna la corrupción, nos indigna que en el Congreso se hundan las iniciativas legislativas que buscan poner un “tatequieto” a los corruptos: “¡el colmo que no pase la Ley Anticorrupción!”, “¡Ahí están pintados esos corruptos! Claro, es que no les conviene” y otras tantas frases más llenas de inconformismo.

Es inaudito, pensarán muchos, ¿cómo es posible que no se refuercen las leyes contra los corruptos? Igual de sorpresivo al resultado que el año pasado tuvo la consulta popular anticorrupción. Pero esa sed de indignación ciega a las mayorías.

En Colombia actualmente hay vigentes varias normas anticorrupción, llevamos décadas aumentando las penas para actos de corrupción, el Código Penal y el Código Único Disciplinario abarcan casi todo el universo de posibles delitos y faltas disciplinarias que puedan estar relacionados con actos de corrupción.

Hasta las superintendencias, en ejercicio de sus funciones de policía administrativa y hasta jurisdiccionales han ejercido funciones para sancionar actos presuntamente relacionados con corrupción. ¿Realmente es necesario seguir legislando al respecto?

En esta misma columna escribí que la consulta anticorrupción era un embeleco para que los indignados sintiéramos que estábamos haciendo [algo por] el cambio.

La indignación porque se frustró la iniciativa legislativa anticorrupción es de los mismos creadores de la manipulación de las emociones masivas.

¿Vale la pena seguir empleando esfuerzo en crear algo que ya existe? ¿Se justifica estar buscando formas para fortalecer algo que ya lo está pero que se ignora? ¿No sería mejor que quienes velan por el cumplimiento de la ley finalmente hagan cumplir la ley?

Todo ese populismo legislativo que solo sirve para caldear más los ánimos y seguir dividiendo al país entre las inútiles y simbólicas categorías de “buenos” y “malos” no beneficia a nadie.

Todo un esfuerzo legislativo por sacar adelante proyectos inútiles en lugar de revisar las políticas públicas y el Presupuesto Nacional que permita fortalecer el alcance de los organismos de control y la rama judicial. Llover sobre mojado.

Nos hemos vuelto el país del doble estándar: por un lado señalamos a quienes no votan por los proyectos de ley que “fortalecerán la lucha contra la corrupción” y por el otro, ignoramos completamente los mecanismos legales vigentes para luchar contra la corrupción.

Como buenos adictos perdimos toda noción de la realidad. Somos incapaces de ver que el problema no es ausencia de leyes y sanciones sino la permisividad e ignorancia de quienes deben velar por el cumplimiento de la ley.

No hay que exigir actividad legislativa, hay que exigir que la ley que ya existe se cumpla y, más importante todavía: Conocerla.