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OPINIÓN

De la reclusión a la libertad

05 de febrero de 2018

Paula Vejarano

Dir. de litigios en Dentons Cárdenas & Cárdenas
Canal de noticias de Asuntos Legales

¿Alguna vez ha tenido el infortunio de estar en una cárcel, como visitante, como detenido a prevención o como condenado? En Colombia hay más de un centenar de centros de reclusión. Cárceles de todos los tipos: de máxima seguridad, de mínima seguridad, para hombres, para mujeres y para adolescentes. Sin embargo, la finalidad de las cárceles no es, como equivocadamente creen algunos, el lugar donde se esconde a los delincuentes para que no los veamos ni contaminen al resto de la sociedad. Detener a una persona condenada por un delito no es igual que esconder el polvo debajo del tapete.

Con la ola de atracos a mano armada que han llenado las primeras planas de las noticias, con la feria de escándalos por corrupción y hasta con el Acuerdo de Paz no se ha hecho esperar el clamor popular por que los delincuentes sean juzgados y castigados “con todo el peso de la ley”. Castigos que, como es natural en nuestro sistema, significan la privación de la libertad de todo aquel que sea condenado. Al fin y al cabo, la detención es la sanción más gravosa que impone nuestro sistema legal y con un tope máximo de años, acá por fortuna así no sea muy popular está proscrita la pena perpetua y de muerte. El verdadero castigo, en el imaginario colectivo está reflejado en esta fatal frase: “que se pudra en la cárcel”.

La sanción penal de privación de la libertad teleológicamente tiene una razón de ser diferente. No es una venganza, así parezca, es una oportunidad de corregir un comportamiento que es negativo para la sociedad a través de la resocialización del reo y la prevención de los demás frente a las consecuencias negativas de una conducta prohibida, pero ¿Hasta qué punto esto ocurre con un sistema carcelario deficiente que no garantiza a sus reclusos un mínimo de dignidad, condiciones humanitarias e, inclusive, sanitarias?

Para nadie es un secreto que, las diferencias socioeconómicas en las cárceles se recrudecen. Y si usted para bien o para mal ha tenido acceso a una cárcel, aún como visitante, sabe que las condiciones de detención de un preso “de alto turmequé” a las de un “preso común” son dramáticamente diferentes. De pabellón en pabellón las condiciones de los reclusos varían, no según su peligrosidad (que tiene explicación en términos de seguridad y control) sino su posición social o su poder adquisitivo. En las cárceles hay presos de primera, segunda y hasta quinta clase. El resentimiento y la lucha de clases se agudiza.

La resocialización se vuelve un sofisma que termina en una realidad reteñida que al más pobre le agudiza sus sentimientos de rechazo a un sistema en el que sobra, al que no pertenece y tampoco le importa. Así ¿quién quiere convertirse en un ciudadano ejemplar si sencillamente las oportunidades le han sido negadas de nacimiento?

En las cárceles hay hacinamiento. No hay condiciones de higiene aptas para la mayoría y en medio de un gran muladar crece el contrabando y el tráfico de influencias que va desde tener un celular (que no es permitido) hasta incluso tener que pagar por un espacio en el suelo para dormir. Muchos reclusos viven en condiciones tan inhumanas que se asemejan a las de las porquerizas medievales. ¿Dantesco? ¿exagerado? Tristemente no.

Si usted ha pisado una cárcel puede dar fe de lo que estoy contando. De cómo la resocialización se convierte en un curso intensivo para saltarse las normas para sobrevivir como un malviviente. Y entonces, en un momento en el que, con el embeleco de la paz, muchos queremos y creemos que tenemos la oportunidad de refundar un país viable para todos ¿quién ha pensado en implementar una política carcelaria que, en lugar de graduar criminales, resocialice ciudadanos que al cumplir con su pena puedan rehacer su vida como ciudadanos? No podemos seguir dando la espalda a una población que, si bien trae consigo el peso de haber cometido errores, tiene al igual que usted y yo derechos por el simple hecho de ser personas y el deber de, cómo usted y yo, ayudar a construir país. Bien por las fundaciones que buscan dignificar a los reclusos, pero qué falta hace la intervención real del Estado allí. ¿Qué tendrán para decir los candidatos presidenciales?

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