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  • César Correa Martínez

lunes, 4 de marzo de 2024

Vivimos en un mundo que ha visto a los animales como simples cosas, a quienes se aplica el concepto de propiedad y, por tanto, con quienes las relaciones se dan en virtud de ser meros bienes como los carros o las sillas. Así se encuentra establecido en el Código Civil Colombiano que, a pesar de la modificación de la cláusula de ser bienes muebles, introdujo en el ordenamiento un nuevo fenómeno, que es el de seres sintientes, a partir de la expedición de la Ley 1774 del 2016.

El camino por el reconocimiento de los derechos de los animales no ha sido fácil y atiende a la necesidad de proteger, en contra de la crueldad humana, a los otros seres con quienes compartimos el planeta. Sería Jeremy Bentham, padre del utilitarismo, quien firmemente reconoció que era necesario mostrarse de acuerdo en ellos la capacidad de sentir placer y dolor y, por tanto, de poseer derechos, volviéndolo un tema para tener en cuenta en la filosofía y el derecho occidental. Años después de esta afirmación, se fundan en Inglaterra las primeras sociedades protectoras de animales, como fue la Sociedad Real para la Prevención de la Crueldad contra los Animales en 1824.

Sin embargo, no sería hasta la publicación del texto “Liberación animal” de Peter Singer, en los años setenta del siglo XX que el tema obtendría mayor atención. En él, Singer denuncia los abusos cometidos en contra de los animales en la producción de alimentos, vestido, investigación y espectáculos culturales. Este hecho, junto con la implicación de otros autores como Tom Regan, Gary Francione, Martha Nussbaum, Carol Adams, entre muchos y muchas que se han preocupado por atender un llamado de justicia hacia los animales, daría fuerza a un llamado a verlos como sujetos de deberes de justicia directa. Las artes no se quedan atrás, con músicos como Paul McCrtney y escritores como Isaac Bashevis Singer, ganador del premio nobel de literatura.

También la ciencia se ha sumado a esta corriente del reconocimiento de los animales como sujetos que merecen protección y, por tanto, capaces de tener derechos. En 2012, en la Universidad de Cambridge, se suscribe la Declaración de Cambridge sobre la conciencia animal, firmada por científicos de diversos ámbitos como la neurociencia cognitiva, la neurofarmacología, la neurofisiología y la neurociencia computacional.

Y es que el asunto del derecho de los animales no es para nada deleznable, si tenemos en cuenta que se calcula que, cada segundo, mueren 2000 animales por actos directos de los seres humanos, la gran mayoría de ellos en condiciones deplorables. Por eso, el movimiento por los derechos de los animales, institucionales y no institucionales, ha movilizado esfuerzos con el fin de concienciar a la sociedad acerca de la diversidad de formas de existencia (animales salvajes, animales liminales, animales domésticos de compañía, animales domésticos de consumo) que merecen poseer derechos; en los últimos años se han logrado avances como las protecciones frente al dolor, el hambre, la sed, la enfermedad, la sintiencia como criterio que limita la acción humana y los debates acerca de la legitimación de los espectáculos crueles en que los animales son heridos y muertos. Este es un asunto que demuestra que la justicia no es solo entre humanos, sino entre todos aquellos que tengan la capacidad de ser conscientes de su vida y desear vivirla.

Basta mirar los ojos de un animal de compañía, un cohabitante de nuestros hogares, para reconocer en él deseos, pensamientos y sentimientos y considerar que, así como él es un ser con complejidades tan valiosas como las nuestras, también los son todos los demás.

*César Correa Martínez, Abogado, doctor en derecho y candidato a doctor en filosofía Universidad El Bosque

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