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Actualidad

Francia podría convertirse en el punto de inflexión del populismo

04 de febrero de 2017

Expansión - Madrid


Reuters
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El Brexit ha dañado gravemente la cohesión de Europa. La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca ha puesto en duda el futuro de lo que solíamos llamar Occidente. A su manera, las elecciones francesas en ciernes son igual de relevantes. Una victoria de Marine Le Pen, la líder del partido de extrema derecha islamófobo Frente Nacional, redefiniría las costumbres de la democracia europea. La UE puede sobrevivir a la salida de Reino Unido. No así a la de Francia.

En una era marcada por las insurrecciones populistas, sería una temeridad tratar de predecir el resultado de las urnas. Francia lleva sumida en la parálisis económica cerca una década. Ha sido víctima de los atentados más crueles del terrorismo islámico. Los índices de aprobación del presidente Fraçois Holande han caído a cifras de un dígito. Tras la victoria del Brexit y de Trump, no hay que tener mucha imaginación para visualizar de nuevo los carros cargados con los cadáveres apilados de la clase política francesa.

Es posible. Pero no es lo que se percibe en París. Los líderes empresariales que durante años se han quejado de la parálisis económica de Francia, de pronto se muestran optimistas. Los jóvenes emprendedores del sector tecnológico, que en otra situación podrían emigrar a Londres o a Nueva York, están recaudando financiación en casa. Los núcleos digitales de París echan humo. Las encuestas sugieren que la devoción del electorado por un Estado cada vez más grande ha disminuido.

No debería subestimarse la base de votos de Le Pen entre los "olvidados", los ancianos y los xenófobos. Si se mantiene la tendencia actual, tiene garantizada una plaza en la segunda vuelta de las elecciones. Los atentados no han conseguido provocar el giro definitivo hacia la islamofobia que esperaba el Frente Nacional. El nacionalismo amenazante de Trump ha contribuido a recordar que los intereses de Francia dependen de una Europa unida. La promesa de Le Pen de recuperar el franco y abandonar el euro no ha calado. Tal vez, y sólo tal vez, Francia se convierta en el punto de inflexión de la oleada populista.

Hollande optó por no buscar un segundo mandato. En su ausencia, el Partido Socialista se ha decantado por Benoît Hamon, un político tradicional de la izquierda. Hamon tiene un parecido más que superficial con Jeremy Corbyn, el líder del Partido Laborista británico. Ambos prefieren encabezar grupos de protesta a mejorar su atractivo entre los votantes. Hamon sufrirá una estrepitosa derrota en la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Pero, como sucede con Corbyn, parece que mantener la pureza ideológica de la izquierda es más importante que gobernar.

Hasta el momento, el que ha revitalizado la campaña es Emmanuel Macron, el banquero de inversión convertido en político que encabeza un nuevo movimiento centrista. El político de 39 años fue ministro de Economía de Holande antes de dimitir para crear En Marche! (¡En Marcha!) Macron es un producto de las élites, un alumno de la prestigiosa Escuela Nacional de Administración. Pero, siguiendo el ejemplo de los populistas, se ha presentado a sí mismo como un intruso.

En Marche! se describe como un movimiento más que como un partido. Los candidatos para las elecciones a la Asamblea Nacional serán elegidos mediante un proceso de selección abierto en Internet. Miles de ciudadanos han acudido a los mítines para escuchar el discurso de modernización económica a nivel nacional y de liderazgo francés en Europa de Macron. Puede percibirse cierto toque del joven Tony Blair en la campaña.

Su disposición a asumir riesgos (su candidatura fue descartada inicialmente por la mayoría de los comentaristas) se ha visto recompensada con buena suerte. Es probable que Hamon empuje a muchos socialistas moderados a los brazos de En Marche! Y Macron se ha visto igualmente favorecido por los recientes problemas de François Fillon, el candidato del centro derecha republicano.

Hasta hace una semana, el ex primer ministro Fillon era el firme candidato a acceder al Elíseo. Católico, gaullista y defensor de una reforma económica radical, el candidato sacaba mucha ventaja a Macron. Pero hablamos de Francia. Fillon se ha visto arrastrado por las acusaciones de que empleó fondos públicos para pagar a su esposa e hijos por trabajos ficticios. Él niega las acusaciones, pero la imagen de agentes de policía registrando su despacho en el Parlamento francés no ha beneficiado a un candidato que había enarbolado una superioridad ética.

Las encuestas dicen que Fillon y Macron están empatados en la batalla para enfrentarse a Le Pen en la segunda vuelta. El escándalo podría ser letal para su candidatura. Alain Juppé, que quedó en segundo lugar en las primarias republicanas, aguarda al acecho.

No obstante, lo que puede pesar más que los nombres en las papeletas son los signos de que una masa crítica de votantes ha decidido que Francia necesita una reforma -que los privilegios de los ciudadanos de mediana y avanzada edad no pueden defenderse indefinidamente a costa de los intereses de los jóvenes desempleados. Le Pen no puede reivindicar que es la única que busca un cambio.

Las apuestas contra el nacionalismo económico y las políticas identitarias se han convertido en un caro pasatiempo durante el último año. Pero no existe una ley inalterable que diga que el enfado es la emoción que impera en la política. Francia puede sorprendernos a todos -y a sí misma.

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