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  • Francisco Bernate Ochoa

martes, 19 de febrero de 2013

Los sucesos recientes en nuestro país muestran una preocupante realidad: En Colombia, la libertad, cada vez más, pierde su valor.

Frente a esto, hay que reaccionar airadamente, y comprender que ninguna batalla que se de para proclamarla como el valor fundamental que justifica la existencia misma del Estado, será en vano. 
 
Frente a los abusos de quienes detentaban el poder y limitaban de manera arbitraria las libertades ciudadanas, se alzaron los revolucionarios franceses y los fundadores de los Estados Unidos de América, quienes entendieron que la defensa de la libertad es el valor fundante del Estado. 
 
Es por ello, que tanto la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, y la Constitución de Filadelfia encuentran en la libertad el pilar fundamental de todo el plexo de derechos que se concede a los individuos dentro de la organización política del Estado. 
 
En otras palabras, el Estado se justifica, antes que cualquier otra cosa, para garantizarnos nuestra vida, y nuestra libertad. 
 
En la Colombia de estos días, hay que decirlo, la libertad está perdiendo su valor, y se ha relativizado su importancia. 
 
Quienes vivimos en nuestro país, vemos con tristeza  cómo los grupos alzados en armas nos anuncian el regreso del secuestro y acuden a sofismas idiomáticos para justificar semejante acto de barbarie.
 
Pero el desconocimiento de la libertad  no solamente proviene de los grupos delincuenciales alzados en armas, sino que también nuestro Estado se encuentra en un lamentable proceso de limitación de las libertades individuales, sin que encontremos de parte de los sectores sociales la reacción que corresponde frente a semejante monstruosidad. 
 
Es así como a diario se anuncian cientos de capturas, las cuales, en la inmensa mayoría de los hechos están precedidas de escasos esfuerzos de investigación, y, en todos los casos, de violaciones flagrantes del debido proceso, pues ya nuestra legislación permite privar de su libertad a quien no ha sido aún oído dentro de un proceso cuya existencia, ni siquiera conoce. De manera paralela, día tras día se incrementan de manera inhumana las penas para los diferentes delitos, lo que arroja, en la práctica, la existencia entre nosotros de la prisión perpetua.
 
Lejos de levantarnos frente a esta realidad, lo que encontramos en la opinión pública colombiana, es cada vez una mayor ansia de llenar las cárceles de ciudadanos, condenados o investigados, culpables o inocentes, eso ya no interesa. 
 
Es hora de replantear el funcionamiento de nuestro sistema jurídico, y, especialmente, nuestro sistema penal, para reivindicar los derechos del individuo, regresarle su dignidad humana, y darle a la libertad personal, nuevamente, su valor supremo.  
 
Proponemos, entonces, el retorno al respeto por la libertad de las personas, estableciendo la detención preventiva como un mecanismo verdaderamente excepcional, eliminando los fundamentos difusos y subjetivos para su procedencia, como el detestable concepto de “peligro para la sociedad”, al cual, lamentablemente, le debemos mucho en esta terrible situación. 
 
Ojalá alguien ponga freno a este tren punitivista y comprenda que ni el derecho penal, ni la cárcel, resuelven nada, sino que solamente multiplican los problemas sociales. 
 
LA REPÚBLICA +

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