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lunes, 13 de febrero de 2023

La irrupción de nuevos ricos en el fútbol inglés y en varios campeonatos europeos es un fenómeno que está de moda y que no parece detenerse. Peter Lim, un millonario de Singapur con poca idea de fútbol, está a punto de llevar con su administración alejada de la realidad y de la capital del Turia al descenso del Valencia FC a la segunda división; una administración dirigida únicamente para intentar obtener réditos económicos no funciona.

Al otro lado del espectro está el Manchester City que durante10 años salvo Champions League, ha ganado todo, como el América de Cali de los 80 en Colombia; los dueños de este equipo, a diferencia de los del mencionado español no tienen ningún interés en recibir utilidades; a punta de dinero han intentado adquirir a los mejores jugadores, técnicos y personal alrededor de su equipo. No tengo nada contra este tipo de advenedizos, a algunos les va bien como le pasó al señor Abramovich y a otros no tanto como lo padecen en Valencia.

El problema de estos botarates y sus clubes radica en que la reglamentación de la premier league y de UEFA impide a este tipo de dueños gastar a manos llenas, sin control. No es posible inyectar dinero permanentemente a un equipo de fútbol pues en algún momento ocurrirá lo que la semana pasada ocurrió con el City, la premier inició un proceso en contra del equipo por falsear cuentas, ocultar información y otras linduras. Las posibles sanciones son complicadas pues pueden llegar, aunque lo dudo muchísimo, hasta la expulsión del Manchester City de la Liga a empezar como lo hizo el Leeds hace algún tiempo, desde la última división inglesa.

El control financiero de la UEFA empieza a tambalear; las trampas de la Juventus y el resto de los clubes italianos, los nuevos ricos como el PSG y el Manchester City, mantenidos por estados petroleros que gastan a manos llenas y que año a año eluden los controles para hacer más transparente el negocio son la muestra de la ineficacia de estas medidas.

En Alemania es difícil que esto ocurra, salvo tres clubes de primera división, los fanáticos son, en teoría, los dueños de los equipos. Desde finales del siglo pasado, se les permitió a los equipos alemanes convertirse en sociedades anónimas con una restricción importante, el 50% del capital más una acción deben estar en manos de los aficionados, hecho que impide la irrupción de grandes capitales.

No estoy en contra de estos personajes, me encantaría que el equipo que sigo tuviera la suerte del City, el PSG o el Chelsea. El riesgo es que aparezca un inversionista que no le interese el fútbol y solo quiera ganar dinero. El negocio del fútbol es complejo y hemos visto, tal como ocurre en Valencia, que los algunos archimillonarios se aburren rápidamente y dejan a los clubes desamparados. El América de Cali pasó varias temporadas en la primera b pues a pesar de las figuras que pasaron por su equipo, Willington Ortiz, Ricardo Gareca, Roberto Cabañas y muchos más, nada dejaron los dueños, y el descenso los marcó para siempre.

En Colombia algo de lo anterior está, algunos grandes inversionistas inyectan dinero de manera caprichosa a sus equipos mientras otros esperan recibir algo por televisión y alguna transferencia internacional que les permita sobrevivir un año más. No hay control financiero salvo el necesario para evitar el lavado de activos y la irrupción nuevamente de dineros del narcotráfico. Personalmente creo que invertir en un equipo de fútbol en Colombia es buen negocio, no se requiere que un jeque llegue, más bien alguien con algo de dinero, gestión y mucha paciencia.