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lunes, 26 de junio de 2023

Al momento de escribir esta columna ya se jugó el partido de ida de la final colombiana entre Atlético Nacional y Millonarios en Medellín y cuando esté publicada y se esté leyendo ya habrá un campeón. Mucho se ha hablado de este par de partidos. Dicen, por el tamaño de los dos equipos, que es la final soñada. Este diario hizo un análisis económico de la final, con valor de los jugadores, forma de manejo de recursos e infinidad de datos interesantes sobre el gran negocio que es, aún en nuestro alicaído medio, el fútbol colombiano.

Toda esta algarabía es interesante, agradable y para los que somos seguidores del azul o el verde es un momento feliz donde durante 5 días todo fue fútbol. Desafortunada es la situación en el estadio y es donde me quiero detener. Hizo carrera en el país la no presencia de seguidores del equipo visitante; nuevamente todas estas manifestaciones son copia de lo ocurrido en Argentina donde desde hace ya más tiempo se prohíbe la entrada de seguidores de el “otro equipo”

Esto es el resultado de muchos malos manejos, pero sobre todo de la incapacidad del fútbol y las autoridades de ofrecer seguridad a los ciudadanos en el estadio. La espiral de violencia que desde hace unos cinco años viene creciendo entre las diferentes barras es alarmante, y como muchos de los problemas de este país cada uno de los responsables le pasa la pelota (término muy futbolero) al otro. La policía indica que es un problema del fútbol, que ellos no pueden hacer mucho y que no pueden dedicar una cantidad considerable de personal a un partido que, como dicen sus organizadores, es empresa privada. Por su parte el fútbol, los dueños de los clubes indican que deben pagar mucho dinero por la seguridad y que dentro de su objeto social no está ofrecer servicios de seguridad para sus partidos.

Los violentos, con camisetas de los equipos, algunas veces son apoyados por los clubes, otras no; sin embargo, se pasean tranquilamente por las tribunas de “sus” estadios y sin la menor vergüenza retiran a aquella persona que sea sospechosa de no ser hincha del equipo local, con la autoridad que les da la fuerza y la intimidación del grupo.

La razón es que la seguridad de los que van a la cancha prima sobre el derecho de algunos pocos (eso dicen ellos) a acudir a ver a su equipo. El tan manoseado interés general. Personalmente me parece el resultado de la inoperancia del estado para salvaguardar la integridad de los ciudadanos que para mejorar la seguridad en los estadios crea comisiones multitudinarias donde nadie hace nada y todos participan. Más absurdo me parece privar la entrada a ciudadanos cuando los estadios son del estado. Es como no permitir la entrada a las personas de determinada altura a una biblioteca porque se pueden pegar con las vigas que quedaron bajas.

La discriminación por el color de la camiseta es nueva, hace no mucho tiempo se podía ir al estadio a cualquier tribuna con cualquier color de camiseta o bandera sin poner en riesgo la integridad personal y sin tener que convencer a cuatro energúmenos que se sigue a determinado equipo.

Sería bueno que las autoridades realmente ofrecieran seguridad a todas las personas que acuden al estadio y le permitan a cualquier ciudadano hacer uso de un bien público. El estadio no puede ser lugar para discriminación y menos ordenada por cuatro o cinco desadaptados que considera que no tener las mismas ideas, o el mismo color de camiseta puede dar lugar a como mínimo una buena paliza.