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lunes, 1 de abril de 2019

El pasado jueves fui a ver el clásico Millonarios- Santa Fe y me llamó la atención lo poco que se hace para que el día del juego sea buen negocio. Toda la experiencia me permitió analizar desde varios puntos de vista el absurdo y lo complejo que es ir en Colombia a un partido de fútbol. La idea desde el punto de vista comercial y jurídica es que los espectadores lleguen bien y rápido al estadio, se ubiquen en el sitio asignado y disfruten cómodamente el partido. El gran negocio del fútbol en el día del partido es que los espectadores gasten mucho más que el precio pagado por la boleta, los equipos hacen esfuerzos ingentes para invitar al público a que gaste dentro del estadio.

En Bogotá entrar al estadio implican colas de más de hora y media que se organizan en las calles mismas al lado de los carros que no disminuyen la velocidad, un accidente ocurrirá. Vallas de acero por todos lados, policías viendo el celular y encargados de logística que no saben qué hacer. No se pueden llevar cinturones ni monedas, es decir se trata de estar incómodos y no gastar, no se compra nada con monedas, pero el mensaje enviado es “no queremos que gaste” tampoco nos interesa que esté cómodo. Dos requisas en algo así como 50 metros para pasar lo que alegremente se llama “anillo de seguridad” a continuación hay que intentar entrar, hay dos o tres puertas como máximo con lectores de barras que funcionan como en supermercado de pueblo, así que nuevamente una cola.

Al entrar, al menos en oriental general, el tema de las sillas es inexistente, nadie respeta el puesto y las sillas son una decoración para que la gente salte sobre ellas. Los baños son pocos e incómodos y no hay muchos lugares donde comprar y sobre todo no hay nada de calidad a consumir. Gaseosas sin gas y tibias y pocas opciones para comer. El fútbol por característica de juego solo tiene 15 minutos entre tiempo y tiempo en el que es imposible consumir algo, eso sí, bengalas prohibidas se prenden dizque para dar ambiente

Ahora bien, hay mucho vendedor ambulante que vende cigarrillos (prohibidos), alcohol y lo que se desee, el olor a marihuana es insoportable y la sensación de inseguridad es palpable, imposible hacer de esto un negocio.

También es interesante ver la piratería, mal calculado más de 80% de las camisetas son pirateadas, se venden infinidad de productos con los logos de los equipos sin que reciba el equipo dinero alguno, no se ve una política de combatir esta práctica, todo, o al menos casi todo es pirata. Camisetas, bufandas, accesorios que se venden y que no recibe nada el dueño de la marca. Siempre se dice que el valor de la marca de equipos como millonarios y nacional es elevadísimo. Opino lo contrario, una marca para ser valiosa debe producir dinero para su dueño, que la debe explotar y defender. En el caso de millonarios la marca que aparentemente vale no sé cuántos millones, nada recibe o muy poco el equipo.

Finalmente, por una interpretación cómoda de la norma, no se reciben espectadores del equipo contrario, de manera que el estadio apenas recibe 60% de su capacidad, 40%, copia estúpida del fútbol argentino, pocas mujeres y ningún niño, van a ver el partido. Cualquier observador imparcial entendería que la idea de los equipos es que sus clientes no gasten. No me imagino un teatro o un cine con estas políticas.

Enorme controversia causó la declaración de algún dirigente del fútbol colombiano que indicaba que no les importaba el fútbol femenino pues este no era negocio. No veo cómo puede ser negocio el fútbol masculino con este esperpento.