En los últimos años hemos visto varios partidos en los que parece evidente un arreglo, jugadores que dejan pasar la pelota y arqueros ignoran su labor de no dejar meterse goles. Técnicos que renuncian, procesos disciplinarios a unos pocos jugadores y poco más.
En el maltrecho fútbol colombiano, los árbitros representan uno de sus eslabones más frágiles. Y los convierte, inevitablemente, en potenciales víctimas —y a veces en instrumentos— de las apuestas ilegales y de las presiones externas que rondan los estadios. Puede ser más fácil convencer o pagar a una sola persona que cambie el curso natural del partido que a varias.
Acá el árbitro no vive de esa actividad, tiene que buscarse la vida de otra manera. Hace algún tiempo hubo uno que vendía minutos de celular. El árbitro colombiano no es un profesional del arbitraje. Es un profesional de cualquier otra cosa que en sus ratos libres pita partidos. Como muchas otras de las actividades de nuestro fútbol, los de negro dirán que lo hacen por amor al fútbol. Y hay un tema que me llama la atención, quien remunera al árbitro en los torneos profesionales de DIMAYOR es el club local que hasta hace poco dejaba el sobre en el camerino con sus honorarios por dirigir el juego.
Esa precariedad estructural explica buena parte de los problemas de los árbitros. Ingresos inciertos, dependencia de designaciones, ausencia de seguridad social y, sobre todo, falta de independencia económica. Un árbitro que tiene que trabajar en una oficina o dictar clases para sobrevivir no puede prepararse física ni mentalmente al nivel que exige el fútbol actual.
FIFA ha sido clara desde hace más de una década: los países deben avanzar hacia la profesionalización del arbitraje, con formación, controles, transparencia y dedicación exclusiva. Sin embargo, la Federación Colombiana de Fútbol ha hecho caso omiso. Aquí, el árbitro sigue siendo una figura marginal, sostenida por un sistema que apenas lo capacita y nunca lo protege.
En un entorno donde los clubes son sociedades anónimas multimillonarias y los jugadores viven bajo contratos reglamentados, el árbitro opera en la informalidad. Esa asimetría es peligrosa. Sin profesionalización, sin garantías, sin respaldo institucional, el juez se convierte en el blanco perfecto para los tentáculos del negocio de las apuestas, que no necesita comprar un partido entero, sino apenas una decisión dudosa, un penalti a destiempo o una expulsión oportuna.
La Comisión Arbitral Nacional que depende directamente de la Federación Colombiana de Fútbol. Está regulada en el Reglamento Arbitral del Fútbol Colombiano y Su función es administrar, designar, evaluar y capacitar a los árbitros que actúan en los torneos de la FCF y la DIMAYOR.
Esta Comisión es un ejemplo más del incumplimiento de las normas internacionales. FIFA, en sus directrices sobre árbitros, exige que estos organismos estén integrados por exárbitros o personas con conocimiento técnico probado del arbitraje. Acá está conformada por dirigentes sin trayectoria en el campo, designados por afinidades políticas. Significa que las decisiones sobre formación, ascensos y sanciones de los árbitros son tomadas por quienes nunca han sentido la presión de un estadio ni la responsabilidad de impartir justicia en la cancha. Esto le quita independencia y desobedece las exigencias de FIFA.
Es fundamental limpiar el fútbol, el primer paso no está en el VAR ni en los micrófonos, sino en dignificar a quienes imparten justicia en el campo y acatar lo ordenado por FIFA.
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