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sábado, 25 de julio de 2015

Bogotá, además de ser una de las ciudades con el mayor costo de vida en el mundo, ocupando el puesto 53, ha iniciado un ascenso vertiginoso en los últimos 12 años, en los que casualmente, el “despelote” histórico de los tres últimos gobernantes ha jugado en la misma vía de un extraño movimiento de “cobrar por todo”. Desde las limpiadas de las farolas en los carros, hasta el señor que pasa con un palo pegándole a las llantas para “calibrarlas”, los habitantes de la capital hemos tenido que padecer acostumbrados costos deliberados por servicios adicionales a los que todos deberíamos tener acceso.

Los centros comerciales son el más claro ejemplo de esos cobros por derecha a los que poco a poco hemos tenido que irnos acostumbrando en la capital nacional, en donde sin piedad, explotan “a lo que marque” la visita que los consumidores hacen a su establecimiento. 

Parqueaderos, lavadas de carros y en algunos casos ventas atadas de productos para los vehículos, se han convertido en el padecer constante de los visitantes, que sin importar si compran o no, son dirigidos en fila a una caseta le indica que estuvo toda la tarde invirtiéndoles su dinero.

Y es que no es un secreto, que los parqueaderos son un gran negocio para estos establecimientos, los cuales se amparan en la norma distrital para ajustar sus precios como si el objeto misional de dichos espacios fuera “vacunar” descaradamente a los consumidores que sin opción a quejarse tienen que asumir y en efectivo, el costo por dejar parqueado su carro; el mismo que va a transportar los estómagos llenos de la comida que consumieron en el recinto, o las bolsas de las compras realizadas en las franquicias por las cuales ya están obteniendo también un ingreso.  

Contados casos, como los de Almacenes Éxito quienes históricamente se han abstenido de cobrar el parqueadero a sus clientes o visitantes, contrastan tristemente con los de Carulla, quienes pertenecientes al mismo grupo, obligan a sus usuarios a pasar por la ventanilla tarifaria para demostrar que sí realizó compras en el establecimiento, pero no contentos con eso y para colmo coactivo y casi “delictivo”, el usuario deberá demostrar que sus compras fueron superiores a 30 mil pesos para empezar a tener algún beneficio tarifario.

Los centros comerciales se comportan de manera similar pero solo en Bogotá, en donde sin importar que en otras ciudades como Cali o Medellín y en donde tienen presencia con la misma franquicia y no cobren; operan de forma impositiva, encareciendo sustancialmente la iniciativa cursi de salir a comerse un simple helado.

Desde estas líneas, nos sumamos a los movimientos de ciudadanos que han expresado este malestar por los cobros de parqueaderos en los centros comerciales y hacemos un llamado a lo que queda de Alcaldía Mayor y a valiosas autoridades nacionales como la Superintendencia de Industria y Comercio, para que evalúen algún mecanismo que libere a los consumidores de asumir ese costo desproporcionado. ¿Por qué en otras ciudades el no cobro por este concepto si funciona sin excusas?