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miércoles, 4 de marzo de 2020

En este mismo diario hemos tenido la oportunidad de hablar de los protocolos de familia que, consideramos, todavía falta mucha literatura sobre el particular por lo interdisciplinario que resulta la interacción entre la familia, la empresa y la propiedad.

Entendemos la “gestión del patrimonio familiar” como el “género”, y los “protocolos de familia” como la especie. Eso quiere decir, entonces, que existen muchas formas de gestionar el patrimonio familiar dentro del cual, creemos, el protocolo de familia es el más completo y estructurado, pero no la única medida.

Cuando se habla de la gestión del patrimonio familiar son muchas las preguntas a formular que busquen entender qué es lo que se quiere, y son muchas las herramientas jurídicas existentes para atender dichas necesidades. Por ejemplo, es común resolver algunas necesidades a través de la entrega de la nuda propiedad y el usufructo para los padres, o crear fideicomisos civiles, o fiducias mercantiles, estructurar testamentos, donaciones entre vivos, herencias en vida.

Pero no puede dejarse de lado la herramienta más útil que hemos encontrado en nuestra práctica de gestión del patrimonio familiar: las SAS. Al existir la libertad de configuración de la estructura y de tipos accionarios, sumado a la capacidad de crear acuerdos de accionistas vinculantes a la sociedad y sobre cualquier tema, el espectro se amplía ostensiblemente.

Ahora bien, no basta hablar de las herramientas jurídicas si las necesidades no están identificadas y, para identificar las necesidades, hay muchas preguntas que hay que formular.

Las necesidades pueden ir desde qué hacer con el uso de una finca o un apartamento, hasta cómo entregarle a los hijos los bienes, o hasta, simplemente, una planeación tributaria para todo el grupo familiar con base en los bienes que han construido.

Inclusive, una planeación patrimonial familiar puede suponer que el único objetivo de la persona sea proteger a su actual pareja, o proteger a los hijos de un hijo fuera del matrimonio sin afectar las reglas sucesorales, y, en fin, un sinnúmero de necesidades que pueden tener todas las familias.

Aquí formulamos algunas preguntas importantes para evaluar la gestión del patrimonio familiar:

¿Existe algún tipo de riesgo para los bienes de la familia que deba atenderse? ¿De quién y para quién se van a proteger determinados bienes?

¿Considera, en su íntima convicción, que está pagando demasiados impuestos y que es un buen momento de pensar cómo está cumpliendo las obligaciones tributarias? ¿Cree que es el momento de organizar todo previendo el escenario de la ausencia de quien ha sido el fundador de las empresas o el titular de los bienes?

Pero también hay que formular preguntas sobre las empresas. Aquí algunas:

¿El interés de la empresa siempre tiene prioridad sobre los intereses de cada miembro de la familia? ¿Es importante para el negocio que los miembros de la familia se la lleven bien? ¿Los problemas deben resolverse solos con el tiempo? ¿Es un compromiso de todos los miembros de la familia que los negocios de las empresas sean un éxito?

¿Quien toma las decisiones en una empresa debe tener en cuenta el impacto que tenga en la familia, sean socios o no? ¿Los salarios en la empresa deben responder a lo que establezca el mercado? ¿Y los salarios de los miembros de la familia, también?

La pregunta de fondo es, entonces, si considera que hay asuntos que arreglar respecto a los bienes y a la familia. Herramientas hay, y el reto será identificar cómo hay que gestionar el patrimonio familiar.