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viernes, 31 de julio de 2020

En la última conversación seria que tuve con mi padre, tuvimos la oportunidad de comentar sobre la columna del 4 de marzo de este año publicada en este diario denominada “La gestión del patrimonio familiar”.

Él, una persona acostumbrada a hacer negocios de gran impacto, en importantes empresas alrededor de Suramérica, comentaba cómo los “protocolos de familia” le resultaban operaciones de alta complejidad por su contenido, y lo que regulaban: las familias, las propiedades y las empresas.

Y sí. Lo es. Claro, hay transacciones donde las ecuaciones financieras son vitales, o donde la operación del negocio es la que marca la complejidad. Pero, en los protocolos de familia el “bien jurídico” protegido es algo de lo cual no podremos cambiar por más que queramos y que es altamente complejo: la familia, y todas las circunstancias y cosas que quedan alrededor; los bienes; los sueños de los abuelos, de los padres, los sueños que se tienen para los hijos; y, en fin.

Pareciera que fruto de esta pandemia estuviéramos conociendo a nuestras familias. Tener la posibilidad de compartir tanto seguro ha llevado a entender las necesidades del otro, sus temores, deseos, sus Tos, y quién sabe qué más cosas. Puede resultar, inclusive, que las familias estén más que antes, pues la virtualidad elimina la exigencia del desplazamiento. O, puede resultar, también, que las distancias se acrecienten con la excusa del confinamiento.

Hay familias que se comunican mucho. Hay familias que se comunican poco. Hay familias que guardan cómo se sienten, y otras que tienen espacios definidos para resolver sus asuntos. Hay familias en las que el rol de la madre es fundamental, y en otras, el padre, o inclusive donde el “polo a tierra” resulta ser un hermano, o un tío cercano. Cada una tiene sus particularidades.

En cualquier escenario, los creadores de los patrimonios están llamados a evaluar los intereses que tienen con sus empresas, con su familia, con las familias de su familia, fijar prioridades, buscar el crecimiento de las empresas, la unidad familiar, la definición de roles, o hasta evaluar las historias de conflicto dentro de la familia. Estamos un gran momento para conocer mejor el entorno: el metro cúbico de influencia.

Un protocolo de familia es una verdadera herencia, y no por los bienes, sino por los valores y los principios que el creador del patrimonio quiere transmitir en el tiempo. El trabajo, la austeridad, el respeto, la honestidad, la solidaridad, la gratitud, y muchos otros valores, son transmisibles con el ejemplo, y un protocolo de familia es un importantísimo elemento que marca estos preceptos y funciona como cauce para transmitirlos.

Las familias empresarias tienen un gran reto ahora: sobrevivir a esta crisis que contrajo los ingresos y nos devolvió en el tiempo en cuanto a crecimiento económico. Ahora, el reto es distinto al objetivo, y el objetivo es y será permanecer en el tiempo, lo que supone una visión de largo plazo, valores, planes, orden, planes de contingencia, entre otros.

Estos momentos de crisis son perfectos para afianzar valores, replantearnos la forma en la que habitamos, en la que hacemos negocios, en la que nos relacionamos con el entorno y con la familia. En estos momentos de crisis, una visión de largo plazo marca el camino para la sostenibilidad de la empresa y de la familia.

Este es un buen momento para una verdadera herencia: un protocolo de familia para la familia empresaria. En memoria de mi padre.