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lunes, 1 de junio de 2020

El sistema multilateral de comercio está pasando por uno de sus momentos más sombríos. De hecho, algunos representantes estadounidenses acaban de proponer al Congreso que Estados Unidos se retire de la OMC.

De llegar a prosperar esta iniciativa, esa organización entraría en cuidados intensivos pues no se concibe como podría ella funcionar sin la participación de Estados Unidos, quien además fue quien lideró y promovió el Gatt de 1947.

Si bien uno de los puntos de inflexión de esta crisis la representa la llegada de la administración Trump y su política de “América primero”, también es cierto que el ingreso de la China a la OMC fue la semilla de la discordia.

Ello era previsible, pues no se ve como un país, que no se rige por las reglas del mercado, pudiera integrarse a un sistema cuya razón de ser es precisamente esas mismas leyes.

Se dio por sentado que en un periodo de 16 años la economía China se regiría por esas reglas, pero no se le exigió completar ese proceso como condición para otorgarle los derechos, privilegios y ventajas de la OMC y esa fue precisamente la raíz de la crisis. Quizás hubiera sido sabio condicionar el goce de esos privilegios a que esa transición se completara. Se ignoró aquí que las relaciones comerciales deben fundamentarse en los principios de reciprocidad y de equidad.

Pero las disparidades derivadas de esa situación incongruente no perjudicaron soló a los Estados Unidos, sino también a los demás socios comerciales, e incluso en mayor medida y de manera más dramática a las economías más pequeñas, como es el caso de Colombia, en donde sectores como el del acero, entre otros, han resultado gravemente afectados.

En efecto, al no jugar ese país con las mismas reglas que los demás socios comerciales, se rompió la igualdad en la cancha, en las condiciones de competencia, y se generaron graves desequilibrios y distorsiones que se tradujeron en significativas desventajas competitivas, que favorecían de manera artificial a la China en desmedro de la producción local.

Lejos de obedecer a razones de eficiencia, la competitividad de China se deriva de su situación privilegiada. No solo no se rige por las leyes del mercado que exigen que los costos se reflejen en su integridad en los precios, sino que no se acata los mismos estándares y principios laborales, de seguridad industrial, ambientales, etc., que imperan en los países con los cuales compite.
Lo anterior sin contar que la mayoría de las empresas chinas son de propiedad del estado y gozan de todo tipo de ayudas y subsidios.

Hasta ahora las medidas de defensa comercial han resultado precarias e ineficaces para corregir estas distorsiones, pues con frecuencia, los tramites y estándares exigidos impiden que ellas lleguen a feliz término. Además, el tiempo que toman las investigaciones las hacen nugatorias, hasta el punto, que, en ocasiones, es necesario cambiar, en el camino, la ambulancia por la carroza mortuoria.

Todo lo anterior confirma que es el momento de que los países miembros piensen en renegociar las condiciones de permanencia de la China en el sistema multilateral de comercio, pues seguir compitiendo con ella en condiciones tan desiguales, sumado a las presiones proteccionistas derivadas de la pandemia y a que algunos países alegaran la imposibilidad de cumplir con los compromisos de la OMC, pueden llevar a una erosión letal y definitiva del sistema multilateral de comercio.