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martes, 17 de septiembre de 2019

Si cree que es una columna propia de época electoral y que va a inducirlo a considerar una candidatura, acertó. Pero se equivoca al pensar que apunta a una candidatura a la alcaldía de Bogotá, pues de lo que se trata es de las candidaturas a la ciudadanía de Bogotá. Y en esa apuesta los candidatos debemos ser todos. Lamentablemente son más los que rehúyen diariamente la oportunidad de convertirse en líderes que orienten y señalen el buen camino con su ejemplo.

Uno de los problemas graves de que adolece la democracia y la gobernabilidad en nuestro país, radica en que las personas estamos más atentas a atribuir a los políticos todas las causas de nuestro permanente desbarajuste -y en cierta medida ello es cierto-, pero sin intención de apuntar el dedo acusador contra ellas mismas. Y Bogotá es una ciudad abandonada por sus propios habitantes y residentes. A diferencia del profundo sentido de empoderamiento vivenciado a diario por los paisas por su amada Medellín, los habitantes de Bogotá distan mucho de querer asumir con su comportamiento diario el compromiso de querer hacer de esta ciudad un mejor vividero incluso para ellos mismos y sus familias.

Hay ocasiones en que el odio y el resentimiento que se respira en Bogotá resultan verdaderamente abrumadores: la destrucción del mobiliario urbano, los ataques a los buses de Transmilenio, el daño a las puertas de sus estaciones, el vandalismo de ciertos grafiteros empeñados en borrar de sus propias vidas cualquier atisbo de belleza; la ausencia de una mínima palabra de cariño por Bogotá, son realidades del diario vivir. Y ni qué decir de la forma salvaje, grosera e incluso violenta como se tratan los habitantes ante cualquier desavenencia, sin importar el estrato social. La ciudad es una sumatoria angustiosa de “usted no sabe quién soy yo”.

Uno entiende que Bogotá abra sus puertas generosamente y sin ningún tipo de odioso regionalismo excluyente a todo el que busca en ella oportunidades para salir adelante. Y uno esperaría que esa actitud abierta se tradujera en un mínimo sentido de gratitud para con la ciudad a pesar de las dificultades que ella representa. Pero ocurre lo contrario, pareciera ser que Bogotá fuera la causa de todas las desgracias de quienes aquí llegaron con una mano atrás y otra adelante buscando un esquivo futuro. Por esa razón me llamó muy positivamente la atención la reciente campaña de la Alcaldía Mayor invitando a los colombianos -y a los extranjeros- a amar a Bogotá, pues lamentablemente pareciera ser deporte local y nacional despotricar de la capital-y ser críticos, repito, no es per se negativo- pero sin mover un dedo por cesar aquellas conductas propias carentes de todo civismo, como usualmente ocurre con quienes más hablan mal de esta ciudad.

Algunos dirán que es fácil que los paisas hablen bien de Medellín pues está habitada mayormente por ellos; sin embargo, no es eso. Es la estirpe del antioqueño lo que lo lleva a apreciar y valorar lo que tienen y a aunar esfuerzos para hacer de su capital un vividero cada vez mejor. Un orgullo así no se ve por aquí en Bogotá.

BogotLáncese pues a candidato a ciudadano y presente como programa de gobierno ante sí mismo ser un ejemplo práctico, concreto, diario, de comportamiento cívico, de gratitud por vivir en esta, la ciudad de las oportunidades, locomotora económica del país: Si sumamos esfuerzos tendremos esa ciudad que usted mismo tanto anhela. Ningún alcalde lo sustituirá a usted jamás.