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sábado, 6 de marzo de 2021

No resulta sensato ni lógico reflexionar y tomar decisiones respecto de la libertad de no conexión digital (laboral) al margen del contexto generado por la revolución de la Tecnologías de la Información y la Comunicación (TICs) y su papel, determinante, en la construcción de una nueva sociedad caracterizada, justamente, por el afán y la necesidad de permanente conexión entre sus individuos, a tal punto que podríamos afirmar que el individuo es hoy un ser social en tanto ser siempre interconectado. Sobre este postulado se estructuran las relaciones de todo tipo en la sociedad actual, incluyendo las laborales.

Este nuevo sujeto se desenvuelve simultáneamente en varios escenarios y dimensiones, que confluyen de modo permanente, convergen a tal punto que no es extraño que compartan tiempos que otrora estaban reservados para una de tales dimensiones: la vida familiar se ve asediada por la dimensión social; la vida íntima de pareja por la vida laboral, y así en un traslape permanente y respecto del cual aun antes de la pandemia ya veíamos con preocupación su asombroso e incontenible avance; es la consecuencia del hecho que las TICs permiten al sujeto el poder ser sin necesidad de estar, y ello, para un individuo que aspira con intensidad cada vez mayor a una interacción virtual multiespacial, resulta indispensable, e irrenunciable.

No se trata de una realidad impuesta, sino a la cual nos hemos prestado voluntariamente, ese estar permanentemente conectados y viviendo en simultánea todas las dimensiones de la existencia; y se trata de un fenómeno que encandila a tantos y de modo tan marcado que ha venido a determinar sus vidas y en consecuencia no tienen ningún interés en sustraerse a él. Recuérdense no más los esfuerzos de algunos restaurantes, por poner un ejemplo prosaico, por evitar que sus comensales usaran el celular mientras participaban de una comida (aunque es un decir aquello de “participar”, pues cada cual estaba ensimismado en su celular).

Lo que ha hecho el covid-19 es sencillamente extrapolar esta realidad y acentuarla –cosa paradójica- a partir de un elemento físico: la simultaneidad de los escenarios virtuales (laboral y social) confluyendo en un mismo espacio físico (generalmente de reducidas dimensiones): el hogar. Las consecuencias de esta nueva y particularmente compleja realidad son aun inimaginables y como salta a la vista, la libertad de desconexión digital laboral es tan solo una de tantas aristas de ella.

A la confluencia simultánea de escenarios vitales se suma, por si fuera poco, la inmediatez del ser en la interconexión, es decir, el sujeto goza del poder querer- todo “para ya”: ser en tiempo real simultáneo en todos los diferentes escenarios vitales. Ello también impacta en la esfera laboral y nos sitúa en el lugar en el cual estamos actualmente.

Comparto la preocupación por los efectos que puede traer a la vida de los trabajadores la profunda ruptura de los antiguos límites, de las otrora fronteras, de los espacios reservados para cada momento vital y de los momentos mismos, pero dada la magnitud del fenómeno descrito me pregunto qué tan real es pretender “solucionar” el problema considerando la desconexión digital laboral como un fenómeno exclusivo del mundo empresarial, decretando simplemente la prohibición de enviar correos y cualesquiera mensajes a los trabajadores luego de concluida la jornada laboral, cuando lo que está cambiando es la sociedad en su totalidad, incluyendo el modelo laboral. Quizás la calentura no está en las sábanas o, mejor dicho, no estoy seguro de si en el fondo estamos simplemente vendiendo el sofá.