Bueno, si Boeing o Airbus operaran en Colombia hace rato que los funcionarios del gobierno y los sindicatos habrían dicho que como la fabricación del tren de aterrizaje de los aviones, al igual que tantas otras partes sin las cuales no funciona un avión, es una actividad misional, entonces solo puede ser llevada a cabo, según nuestra revolucionaria e imaginativa teoría, por personal contratado directamente y a término indefinido por esas empresas, dado que es la única forma de garantizar los derechos de los trabajadores involucrados en tales procesos productivos.
Sí, exacto, me leyeron la mente: tanto Airbus como Boeing estarían empacando maletas ante semejante estulticia; o tal vez estarían avocados a ajustarse a la ley modificando su objeto social, para convertirse de la noche a la mañana en ensambladores de aeronaves. Y es que el debate sobre esa entelequia llamada las “actividades misionales”, al menos en lo que al sector privado se refiere, no tiene en realidad nada de jurídico; es simplemente el eco que se ha hecho a lo que constituye una aspiración política particularmente sentida de algunos sindicatos colombianos, entre otras razones, como reacción a la baja tasa de afiliación sindical tradicional en Colombia.
La tercerización no es buena ni mala per se. El verdadero meollo del asunto radica en la capacidad del Estado y del gobierno para garantizar los derechos de los trabajadores, el trabajo digno, sea donde quiera que estos se desenvuelvan. Eso es lo que debe hacer el gobierno. Lo demás, la forma como el empleador organiza su forma de producción, es algo que hace parte de la libertad de empresa consagrada por nuestra Constitución y que también debe ser garantizada por los gobiernos.
De modo que la calentura no está en las sábanas, por utilizar la expresión coloquial de los abuelos. Por el contrario, la tercerización bien entendida contribuye al desarrollo de un país. O qué piensan que son los clústeres empresariales que se han creado alrededor de industrias como la automotriz o la aeronáutica en los países desarrollados?. Y no se trata solamente de cuestión de costos, sino del proceso de especialización de las diferentes actividades industriales, connatural al progreso como lo demuestran los diferentes casos a nivel mundial. Lamentablemente en Colombia aceptamos embarcarnos en el inútil, estéril y a todas luces inconveniente debate planteado por algunos sindicatos y por la izquierda sobre qué diablos es “misional” en el sector privado y qué no lo es, de lo cual se sigue la aplicación a las empresas de multas absolutamente astronómicas. Naturalmente que hay quienes gozan hasta el paroxismo con tales medidas, pero con toda seguridad que a los inversionistas extranjeros es algo que no los pone precisamente a reír.
En la siguiente columna sobre este tema, naturalmente tan políticamente incorrecta como esta, reflexionaremos respecto de la conveniencia de pensar en acudir a la excepción de inexequibilidad cuando nos encontremos, como empresarios, ante este tipo de actos administrativos. Trataremos de no ser ladrilludos.
Hasta la vista.
¿Quiere publicar su edicto en línea?
Contáctenos vía WhatsApp