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miércoles, 29 de junio de 2022

Hacía mucho tiempo no veía Europa un redefinir las fronteras de sus países a punta de bala y salvajes comportamientos, más propios de un Gengis Kan que de un gobernante del siglo XXI. Pero ahí lo tenemos y conviene preguntarnos por la necesaria emergencia de un nuevo orden internacional.
Ante todo, cuestionar el papel -la propia existencia incluso- de Naciones Unidas. En términos particularmente pragmáticos cualquier ucraniano de a pie seguramente se ha preguntado a estas alturas: ¿y eso para qué ha servido en esta cruenta y brutal guerra?

Pero no me refiero a incapacidad militar de las Naciones Unidas para imponer la paz, pues resultaría ser una proposición contradictoria insostenible tratándose de una organización internacional orientada al logro de la paz, hacerla realidad por medio de la fuerza, de la violencia. Pero también eso es, justamente, parte importante del problema. ¿Se imaginan dónde estarían los soldados rusos en estos momentos si la respuesta a la salvaje invasión hubiera estado en cabeza de UN? Yo se los digo: tocando a las puertas de Berlín.

El problema más delicado que enfrenta Naciones Unidas es la escasa credibilidad, cuestionable liderazgo (confirmado luego de la lamentable arrodillada de Michelle Bachelet en China), y casi nula capacidad de movilización de la humanidad por parte de la organización, para aunar voluntades, opinión pública, quereres, decisiones políticas y acciones que sumen voluntades para aislar a los dictadores, particularmente a los violentos, quienes no tienen empacho en pasar por encima de las normas internacionales, por no decir ya de la vida de las personas. No se ve a Naciones Unidas moviendo mundo. Lo que se ve es un descomunal elefante de burócratas que han hecho de ella un fin en sí mismo, una poderosa maquinaria de producción de documentos y poco más.

El espectáculo ofrecido por su Consejo de Seguridad resulta lamentable. El poder de veto que lo caracteriza hace de él un cuerpo absolutamente ridículo, innecesario e impotente frente a los grandes problemas bélicos que afronta la humanidad. La pregunta por la utilidad de Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad está ante nosotros en la forma de China, Corea del Norte, Venezuela y, ahora, Rusia.

Esta guerra ha reformulado las reglas del orden internacional. El renacer de la OTAN (acaso mucho más efectiva, en términos prácticos que Naciones Unidas, al menos en cuanto hace al efecto disuasorio frente a la barbarie), el robustecimiento de ejércitos nacionales como el alemán, el fin de la neutralidad de Finlandia y Suecia y, sobre todo, una nueva perspectiva y relacionamiento de occidente respecto de Rusia y China. De una concepción basada en las conveniencias comerciales por encima incluso de los temas críticos como los derechos humanos, a un nuevo realismo que entiende que por buenos socios comerciales que fueren no por ello comparten con occidente sus valores fundamentales como la libertad, la democracia y los derechos humanos.

La Guerra Fría se caracterizó por el acuerdo tácito de las partes de llevar a cabo sus ejercicios de poder mundial en la periferia -fuera de la OTAN y del Pacto de Varsovia- (Vietnam, Cuba, y no pocos conflictos en África). Ahora Rusia pateó este acuerdo y ha llevado el conflicto al centro, generando todo este tipo de consecuencias que representan un nuevo orden internacional pero, sobre todo, un regreso firme al principio romano nunca abandonado según el cual: si vis pacem para bellum.

Psc: para entender por qué los nazis pudieron asesinar a millones de judíos sin que estos siquiera protestaran, les recomiendo leer Treblinka, de León Uris. Nos sirve también para entender los extraños mensajes que muestran un ganador de la contienda electoral afecto a Dios y al amor al prójimo. El que tenga oídos que oiga.