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viernes, 14 de mayo de 2021

Hace unos meses cuando empezó a hablarse de la aparición de las vacunas, todos celebrábamos con optimismo la llegada del fin de la pandemia; pero era una falsa expectativa, pues ni estas llegaron como se había prometido, ni se logró controlar el número de contagiados, ni de fallecidos por el COVID 19. Por el contrario, llegó el tercer pico de la pandemia y el temor de todos de resultar positivos, en cuyo caso la suerte estaba echada: ni había medicamento para superarla, ni camas en las UCI y más grave aún, parecía acercarse un cuarto pico con los anuncios del paro nacional.

Pero no esperábamos que llegara algo más grave que el COVID: la violencia social. Pensábamos que la firma del Acuerdo de La Habana y la reducción de las acciones de los grupos alzados al margen de la ley en los últimos años, nos habían permitido pasar otra de las páginas dolorosas de nuestra historia, la de la violencia que a lo largo de nuestra historia republicana nos ha perseguido.

Me duele en el alma y en el corazón lo que está sucediendo en nuestro país: un pueblo ardido, enfurecido y desesperado, como lo demostraron las movilizaciones en todo el país la semana anterior, que sin vacilaciones, sin temor al contagio, ni siquiera a la reacción de los vándalos o a las balas perdidas de la fuerza pública, reclama contra las reformas tributaria, a la salud y a la minería ilegal, que aunque el Gobierno aseguró, en el primer caso, su retiro para replantear una elaborada con el consenso de los partidos y de la oposición, como de los sectores económicos, industriales y los trabajadores; las otras aún siguen en vilo, pues el Gobierno aún no toma decisiones respecto de ellas, cuando el tema de la salud es crítico y el de la minería afecta gravemente a los pequeños mineros, fundamentalmente indígenas y afrodescendientes.

El Gobierno ha llamado al diálogo y a la concertación; sin embargo, las manifestaciones y los hechos de violencia no cesan día y noche desde el día en que inició el paro nacional. El vandalismo lamentablemente se adueñó de la justa y legítima protesta ciudadana, de aquella que provenía de los jóvenes preocupados por su futuro; de los desempleados desesperados por falta de ingresos; de los profesores ansiosos por regresar a las aulas; de los indígenas luchando por sus derechos; de los empresarios e industriales angustiados por sus empresas y trabajadores; de los integrantes de los sindicatos que formulan legítimos reclamos contra las políticas de un gobierno que ha demostrado sus errores en el manejo de la crisis económica, sanitaria y social; los últimos días han proliferado por todo el país, por las grandes ciudades, por los pequeños poblados, por los pueblos más alejados del territorio nacional, los bloqueos, los cierres viales, la quema de peajes y CAI´s. Y a todo esto se suman las manifestaciones en los consulados y embajadas colombianas, los editoriales y las primeras páginas de los periódicos del mundo divulgando las imágenes del horror que se vive en nuestra patria, a las que se suman los mensajes del Santo Padre, la ONU y la OEA llamando al diálogo y a la paz.

Llegó el momento de que nuestros líderes demuestren su grandeza, y se sienten a estructurar un verdadero diálogo fundado en la reconciliación y en unos acuerdos para la reconstrucción social y económica del país, olvidando los odios y los rencores, pensando en superar este difícil y grave momento por el que estamos atravesando. Es hora de que el Presidente Iván Duque asuma su rol de la primera autoridad del país y tome las decisiones acertadas que nos saquen de la crisis, ajenas a intereses partidistas o ideológicos, y de ser necesario, sentarse personalmente a dialogar con todos los actores de esta crisis, como se lo piden los habitantes de Cali, no en la madrugada y sin interlocutores, sino en la plena luz del día, escuchando a todos y encontrando soluciones concertadas. Su gabinete ha demostrado inexperiencia, incompetencia, carencia de liderazgo y credibilidad.

Presidente Duque, llegó la hora de convocar a la UNIDAD NACIONAL, aquella donde prime el diálogo, se escuchen los justos reclamos de todos los sectores sociales, se encuentren salidas concertadas, se trabaje por una verdadera justicia social, y se construya a partir del respeto al otro y con la bandera de la paz en alto, un nuevo pacto social como camino para superar esta grave crisis, donde cese la horrible noche y resplandezca la luz de la esperanza.