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OPINIÓN

La regla no escrita del “buen perdedor”

25 de junio de 2025

Iván Felipe Unigarro Dorado

Profesor de la Facultad de Estudios Jurídicos, Políticos e Internacionales de la Universidad de la Sabana
Canal de noticias de Asuntos Legales

En momentos tan difíciles para nuestra democracia y nuestro país, quiero recordar sobre ciertas costumbres del ejercicio del poder público en Colombia que son fundamentales para el funcionamiento de nuestra democracia, desde los más altos niveles, hasta para nosotros, los ciudadanos “de a pie”.

En su libro “Cómo mueren las democracias: lo que revela la historia sobre nuestro futuro” Steven Levitsky y Daniel Ziblatt hacen un análisis comparativo sobre lo que ha ocurrido en las repúblicas occidentales, y utilizando los ejemplos de Viktor Orban en Hungría, Rafael Correa en Ecuador, o Tayyip Erdoğan en Turquía, explican distintos elementos que componen las democracias, así como varios fenómenos que llevan al deterioro o ruptura del sistema político o de las instituciones.

Entre estos elementos que garantizan la estabilidad del modelo democrático, según los autores, figuran las reglas no escritas que se cumplen consciente o inconscientemente por los actores institucionales. “Todas las democracias de éxito dependen de reglas informales que, pese a no figurar en la Constitución ni en la legislación, son ampliamente conocidas y respetadas” , y Colombia no es la excepción.

Desde la Constitución Política de 1991, los altos dignatarios de las distintas ramas del poder público han respetado una serie de reglas no escritas, tales como el no agravio al contrincante, por más desavenencias que se tengan; el respeto por las formas, incluso a veces exagerando en el protocolo o el debido proceso; el respeto por las instituciones; o la más importante, en mi opinión, el reconocimiento del opositor como un interlocutor válido en el debate público. Estas reglas no escritas son esenciales dentro del adecuado funcionamiento de nuestra democracia dado que promueven la convivencia pacífica entre sus ciudadanos, utilizando normas que van más allá de la propia constitución, las leyes y los decretos.

Ahora bien, dentro de esas normas, que algunos juristas podrían calificar como consuetudinarias, está la “del buen perdedor”, una pauta que parece simple pero que es crítica dentro de nuestro andamiaje institucional. La regla podría describirse como la aceptación expresa o tácita que una candidatura, postura política o jurídica determinada fue derrotada válidamente dentro del marco institucional.

En otras palabras, y tomando como ejemplo lo que ocurre en el Congreso, esta regla implica que los fracasos del gobierno o de los senadores ante el hundimiento de un proyecto de ley, se acepten como parte del juego democrático y la decisión sea respetada por todos los actores involucrados. Aclaro, esto no significa asumir un rol pasivo dentro del ejercicio del poder público, sino todo lo contrario, reconocer cuando una propuesta no fue aceptada válidamente dentro de nuestras reglas institucionales y con ello, buscar otras alternativas, o volver a presentar la propuesta, todo por supuesto, dentro del marco institucional.

No obstante, y desde hace varios años y gobiernos en Colombia, vemos exactamente lo opuesto. Nuestros líderes, antes de reconocer la grandeza o habilidad en la actuación del otro, denuncian fraude, estafa, exceso de poder, vanidad, entre muchos otros adjetivos, y justifican sus palabras y acciones bajo la premisa que son representantes del pueblo o del Estado. Ejemplos de lo anterior hay muchos, en especial cuando hablamos de los mecanismos de participación ciudadana, como los referendos, plebiscitos o las consultas populares. Y entonces, ¿Qué tiene que ver la regla del “buen perdedor” con el día a día del ciudadano o con la administración pública?

Si aquellos que están encargados de la dirección de nuestro país no respetan estás costumbres, ¿Qué podemos esperar de cualquier otro ciudadano o de los funcionarios subordinados a los mandatarios de elección popular? Si un Presidente o Congresista no está dispuesto a ceder y aceptar su derrota, ¿Por qué un ciudadano sí? ¿Por qué aceptar la recomendación de un policía si no es obligatoria? ¿De un gestor social? ¿De un funcionario de la Procuraduría o de la Defensoría? Por citar sólo algunos ejemplos.

Este actuar mina nuestra democracia de forma lenta y progresiva, y sólo cuando ya es demasiado tarde, nos damos cuenta de la importancia de estas reglas no escritas. Así que como funcionarios públicos, altos dignatarios o ciudadanos, debemos respetar estas reglas no escritas y confiar en la República, en el proceso democrático, exigir acciones ante la ruptura institucional y a pedirle a nuestros líderes mesura, cordura, unión y sobre todo, mucho trabajo por nuestro país; y por supuesto, pedirles que sean buenos perdedores cuando el escenario así lo exija.

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