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lunes, 28 de junio de 2021

Usualmente pensamos en la justicia como una idea abstracta o un sistema rígido que está por fuera de nuestra vida individual. Pero, ¿y si pensamos en la justicia como algo concreto, cercano, como un asunto del día a día que nos compete como individuos?. Y si nos preguntamos ¿qué hace o qué debe hacer el individuo por la justicia? ¿cuál es el papel que cada uno de nosotros debe jugar para resolver las injusticias de nuestra sociedad? ¿no será que en la justicia individual que cada uno puede aportar, está la solución al problema social que nos agobia?.

Dice el filósofo norteamericano Cornel West que la justicia es como el amor se ve en público. Para él, la justicia es la expresión pública del amor humano. Es la faceta social y pública de una virtud íntima y, en ese sentido, podría decirse, es la bisagra entre el individuo y la sociedad.

Por ello, como en la República de Platón, la justicia no es solo deseable, sino que pertenece a la clase más alta de cosas deseables o como lo explica de excelente forma John Rawls “La justicia es la primera virtud de las instituciones sociales, como la verdad lo es de los sistemas de pensamiento”.

Pero el asunto hoy es bajarnos del mundo de la justicia como institución social y pasarnos al mundo de la justicia práctica, como comportamiento del individuo. Darin McNabb hace una exposición maravillosa sobre este tema en su programa de YouTube. Al analizar el libro “Jesús, una biografía revolucionaria” de John Dominic Crossan y concluye (aún siendo ateo el propio McNabb) que se perciben dos formas magistrales de justicia individual en la vida de Jesús que reflejan su búsqueda de un igualitarismo radical. La primera, la comensalidad, la virtud de invitar a la mesa a todas las personas, incluyendo pobres, enfermos y excluidos sociales, para ponerlos en un mismo plano, literalmente hablando, y así deshacer las jerarquías artificiales que ha creado la sociedad.

La mesa se convierte en un microcosmos de la sociedad entera, como se ha analizado extensamente por la antropología y una forma de crear puentes que luego trascienden al macrocosmos. La segunda, la curación, pero no vista como el milagro de la curación literal de las enfermedades, sino como una forma de quitarle al enfermo su padecimiento por el estigma social que se deriva de la “impureza” asociada a la enfermedad.

La comensalidad y la curación son, por ende, dos formas de justicia que sirven para abrir y aplanar la sociedad (todos a la mesa por igual y sin distingos) y para incluir a los excluidos, liberándolos de los padecimientos que sufre el excluido y, en específico el enfermo, por los estigmas sociales que se han creado con los años. Bajo esta concepción cualquier hombre puede curar a otro.

Estos no son sino algunos de los ejemplos de las acciones de justicia que pueden provenir del individuo, y que traigo a colación simplemente para simbolizar que la justicia no es solo un bien público sino también privado, ni es solo cosa de jueces, sino cosa de todos.