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martes, 15 de junio de 2021

Aunque no existe el “odiómetro”, es claro que han aumentado las expresiones de odio dentro de la sociedad colombiana. Los sentimientos del odio están a flor de piel en muchas escenas de las protestas sociales y también en los comentarios y videos que se suben en las redes sociales. La acidez de los debates ha llegado incluso a las reuniones familiares. El odio, derivado del miedo y la frustración, eleva la intensidad de la confrontación y disminuye la capacidad de razonar para conseguir soluciones a los problemas y, por ello, es algo que debemos atacar de inmediato, pues es lo que menos nos conviene a estas alturas.

Posiblemente hay muchas causas y explicaciones, pero seguro una de ellas es la mala utilización de las propias redes. Estas se han convertido en fábricas de odio, pues se usan para crear olas de información falsa, al servicio de intereses propagandísticos. A la hora de poner a la gente en favor o en contra de algo o de alguien, no hay nada mejor que construir odios o miedos colectivos, ni nada mejor que usar las redes sociales, pues son la herramienta de influencia masiva más poderosa que se haya visto nunca.

Y la cuestión es que esos factores catalizadores del odio hacen su agosto, pues no se dan otros mecanismos eficaces destinados a compensar o diluir el odio a gran escala, como es la justicia.

La justicia es la gran creadora de desodio. Es la fábrica del antídoto al odio. Es el remedio más colectivo y más efectivo contra el sentimiento de rabia y frustración. Y no es solo la justicia ex post, que sirve para reparar a las víctimas, luego de ocurrido un suceso, sino la justicia ex ante, que sirve para darle a toda la sociedad el sentimiento de que hay un Estado de derecho que funciona y que está ahí vigilante para protegernos. La justicia, la buena justicia, da tranquilidad que se irriga en todo el territorio, en los barrios, en los puentes, en el campo. La justicia, la buena justicia, da tranquilidad y esperanza a quienes tienen hijos y también a quienes tienen padres y abuelos. Ofrece sosiego a todos los que se sienten vulnerables y a todos los que se sienten minorías. La justicia, la buena justicia, da esperanza a quienes se les ha pasado por la cabeza irse de este país y da razones a los emprendedores para seguir luchando.

Por todo esto, tenemos que invertir en justicia. Tenemos que volcarnos como sociedad a fortalecer el sistema de justicia, no solo llevando más jueces a los lugares más apartados del país, sino reconstruyendo la confianza de la sociedad en la justicia.

La mayoría de los colombianos percibe a la justicia como algo complejo, lejano e impredecible y, en últimas, no confiable. Mientras así siga, la justicia no podrá cumplir su cometido de paliar los odios nacionales.

Queremos una justicia que nos represente y nos comprometa a todos, cuyo dictamen final sea la última palabra que resuelve cualquier controversia, desde la más pequeña y doméstica, hasta aquellas que definen el futuro de la nación.

Esa justicia emitirá las sanciones penales justas contra los vándalos y violentos de los últimos tiempos, pero sobre todo tendrá la sabiduría para establecer clara y legítimamente la frontera entre el derecho a la protesta y la acción ilegal. Saldará también otros debates de forma justa y permitirá que el país pueda recuperar la tranquilidad para volver a mirar al futuro.